Aracnet 9 - Bol. S.E.A., nº 30 (2002) : 234 -239. Genera Insectorum (30)Un nuevo orden de InsectosHace unos días -finales de marzo del 2002- Benigno Varillas remitió a El País una nota de prensa sobre el descubrimiento de un nuevo orden de Insectos. La nota de prensa decía: Descubierto el primer orden de insectos desde 1915 Una expedición científica internacional ha confirmado el descubrimiento en Namibia de un nuevo orden de insectos, el primero descrito desde 1915. Estos insectos, de apariencia similar al saltamontes, han sido localizados en la montaña de Brandberg, la más alta de este país africano, y con ellos el número de órdenes en que se agrupa el millón de especies de insectos en el mundo pasa a ser de 31. Describir una especie nueva fuera de las selvas tropicales es difícil, pero registrar un nuevo orden es algo insólito. La expedición ya ha encontrado dos especies de este nuevo orden y espera encontrar aun más en esta montaña. Los científicos rastrearon la zona del 5 al 17 de marzo y también encontraron varias especies nuevas de insectos de otros órdenes ya conocidos. El entomólogo del centro de Limnología del Max Planck Institut de Plön, Oliver Zompro, será uno de los encargados de estudiar los 20 ejemplares recolectados de este orden, unos vivos y otros sacrificados, que serán llevados a Alemania para hacer estudios genéticos y morfológicos. De momento ya ha anunciado que la disposición interna de los órganos de estos insectos es muy distinta a la de los grillos o saltamontes, a los que se parecen externamente, aunque con las patas traseras menos fuertes y las delanteras provistas de protuberancias pinchudas. Zompro estudia desde hace tiempo una especie fósil similar. El propio Benigno Varillas nos amplió algo esta información. Por ejemplo, respecto a la zona del hallazgo, indica que Brandberg es una montaña isla, famosa en Namibia por su belleza, que se eleva en medio de la llanura del predesierto de la Costa de los Esqueletos como una mole colosal. Alcanza la mayor altura de Namibia (2.574 metros) y tiene una base circular de veinte kilómetros de diámetro que abarca una superficie de 450 kilómetros cuadrados. Hasta ahora acudían a esta montaña expediciones de turistas a ver las famosas pinturas rupestres, entre ellas la de la “White Lady”, una figura femenina blanca entre un grupo de negras, motivo de numerosas teorías entre los expertos. También es un lugar famoso por sus minerales semipreciosos, con cristales de cuarzo de formas impresionantes, amatistas y turmalinas. En el camping regentado por nativos de la zona, a la que aun no llegan las carreteras asfaltadas, los elefantes salvajes del desierto se mueven en libertad a escasos metros de las tiendas de campaña. Las montañas de Brandberg tienen una antigüedad de 130 millones de años. Lo que queda de ellas actualmente es el interior de granito de la caldera de un volcán completamente erosionado que ahora añade a la fama de su belleza, sus minerales y su historia, la de poseer los únicos ejemplares de un nuevo orden del reino animal. La expedición científica que encontró el nuevo taxon es internacional y está compuesta por entomólogos alemanes, namibios, surafricanos, ingleses y norteamericanos, pertenecientes a diversas universidades y organismos: el mencionado instituto alemán, el organismo Conservation International, el Museo Nacional Namibio, la Universidad de Oxford, el Museo de Ciencias Naturales de Londres y el Museo de Zoología Comparada de Cambrigde, en Estados Unidos. Benigno también hizo mención a la rueda de prensa que dieron los descubridores el día 18 de marzo en Windhoek, donde uno de los entomólogos de la expedición, Phil Bragg, comentó que por las características de esta montaña-isla, estas especies de insectos llevan miles de años, o incluso millones de años, con muy escasa interacción con otras especies, con lo que podemos hablar de auténticos fósiles vivientes. El descubrimiento se ha comparado ya con el del Celacanto, un pez descubierto en los años veinte en aguas del océano Índico de Sudáfrica, que se conocía sólo como fósil. Pero la historia no acaba aquí. De hecho es bastante más compleja (e interesante). Tanto que los lectores de esta sección del Boletín de la SEA ya conocieron a un miembro de ese nuevo orden de Insectos en 1997, pues el habitus de un ejemplar fósil fue reproducido hace un lustro. En dicho año, Antonio Arillo, Vicente M. Ortuño y André Nel publicaron un artículo en el Bulletin de la Societé entomologique de France (vol. 102(1): 11-14), con el título de: ‘Description of an enigmatic insect from Baltic amber. En él se describe un especimen fósil de 6 mm de tamaño de un ‘inclasificable’ insecto del ámbar báltico. Los autores señalan en el artículo que su aspecto es el de una larva, pero que podría tratarse de un adulto áptero. En el apartado de ‘discusión’ intentan sin éxito asignar la especie a algunos órdenes de insectos comparando los caracteres morfológicos que pudieran resultar diagnósticos, pero el fósil se resistió a ‘encajar’ en cualquier categoría taxonómica de nivel orden. La conclusión a la que llegan los autores ante este enigmático fósil es prudente y prefieren no atribuir la especie a ningún orden concreto. En el Bol.SEA (1997: vol. 18: Genera Insectorum, pp. 71) figura una breve reseña del hallazgo de este fósil, así como una reproducción (en realidad, reconstrucción) del animal (la cual reproducimos de nuevo). Allí comentaba que: ‘....Su apariencia es la de un Phasmatodea, pero los autores no pueden confirmarlo hasta que se efectúen algunas revisiones y estudios, aunque se han descartado órdenes como Mantodea, Grylloblattodea, Isoptera o Zoraptera. Si definitivamente no fuera un Phasmatodea (está por comprobar)... ¿qué será? ¿un orden nuevo? ¿extinto? ¿tal vez viviente? ¿no es excitante el asunto?’ Y sí, sin duda lo es. Estamos en el Tercer Milenio y todavía se están descubriendo ¡órdenes de Insectos!
Pero aun quedan más ‘misterios’. El primero: ¿por qué se organizó una macro expedición científica a las montañas de Brandberg? Algunas noticias aparecidas en la prensa señalan que la culpa fue de un entomólogo aficionado local que colectó algunos ejemplares y los remitió a Oliver Zompro, en Alemania. La razón es que Zompro es un especialista en fásmidos (incluyendo especies fósiles). Sin embargo -aunque la explicación es plausible- es falsa. Zompro publicó un extenso trabajo en el 2001 sobre fásmidos fósiles del ámbar Báltico: The Phasmotodea and Raptophasma n. gen., Orthoptera incertae sedis, in Baltic amber (Insecta: Orthoptera). Mitt. Geol.-Paläont. Inst. Univ. Hamburg, 85: 229-261. En dicho trabajo, tras ocuparse de lo que parecen auténticos fósiles de fásmidos añade un epígrafe final sobre ‘Orthoptera incertae sedis’ y procede a la descripción de un nuevo género (Raptophasma) y de la especie R. kerneggeri (ver dibujo lateral). La etimología del género hace referencia a los presuntos hábitos rapaces del grupo. Zompro vincula este género con Orthoptera y discute algunas posibles relaciones con otros órdenes, pero sin asignarlo a ninguno en concreto. Recoge la mención de Arillo et al. (1997), pero sin estudiar este material. La especie está dedicada a su colector (o coleccionista propietario), F. Kernegger, pero son conocidos otros dos machos adultos y 17 ninfas. La especie es para el descritor ‘obviously’ carnívora (al parecer, una de las muestras incluye a una presa capturada entre las patas delanteras y medias de R. kerneggeri). Todo ello nos indica que si efectivamente se trata de un nuevo orden de insectos el nombre adecuado será Raptophasmatodea, pero todavía no se aclaran los motivos de la expedición. A ello vamos. El artículo de Zompro termina con una breve nota final probablemente incluida a última hora en la corrección de galeradas (de otro modo, el asunto habría sido seguramente tratado con mayor amplitud en el propio artículo). En ella se indica que el autor ‘acaba de descubrir’ un adulto, macho, procedente de Tanganika, capturado en 1950 (y pinchado) y una hembra adulta procedente de Namibia, colectada en 1909 y conservada en alcohol. Dichos ejemplares, aunque pertenecen a géneros y especies diferentes a las descritas en el trabajo parecen pertenecer al grupo, lo que lleva al autor a indicar que probablemente Rapto-phasma representa un nuevo orden de Orthoptera. La expedición, pues, arranca de una etiqueta sumergida en un bote con una muestra de 1909. Raptophasma tiene unos hábitos aparentemente extraordinarios para un ortóptero. Sin embargo, en la Península Ibérica contamos con un animal de hábitos predadores muy parecidos: se trata de nuestro mayor ortóptero: Saga pedo (Pallas), un ‘saltamontes’ que parece fuera de lugar entre los restantes miembros de su orden. Y que hasta se da un ‘aire’ a Raptophasma. Una de las conclusiones que pueden sacarse de esta experiencia es que la sorpresa puede surgir tanto en el cajón de un coleccionista de fósiles, como en las estanterías de un museo (tras casi un siglo de ‘reposo’ absoluto), como en un lugar paradisiaco en el Trópico. Felicidades a los biólogos que en 1909 encontraron el ejemplar en Namibia. Felicidades a los descubridores de los nuevos ejemplares; felicidades a Olivier Zompro, pero felicidades también a los descubridores españoles y francés del fósil báltico en 1997. ¡Qué poco debió faltar en su momento para que el orden hubiera sido descrito por ellos! En fin, ¿quién sabe cuántos órdenes más esperan ahí fuera? Raptophasma kermeggeri Zompro, 2001, holotipo de la col. del Geologisch-Paläontologisches Institut und Museum Universitat Hamburg. Escala 1 mm (de Zompro, 2001: ver texto).
Insectos, Arácnidos y salud Hace unos meses solicité a través de la lista de ARACNOLOGIA alguna información sobre casos de mordeduras de arañas en la Península Ibérica. No parece ser éste un tema sobre el que exista mucha información disponible, tal vez porque la incidencia sea realmente despreciable en términos clínicos. También puede ser que se trate de simple desconocimiento. Muchas arañas son capaces de morder sin que la víctima sienta otra cosa que un pequeño pinchazo. Posteriormente, cuando la cosa se agrava y aparecen síntomas más preocupantes ¿quién se va a poner a buscar una araña? Poco después de mi solicitud recibí un mensaje de un señor que al parecer había sido mordido por una Loxosceles rufescens, la ‘araña parda’, ‘araña violín’ o ‘araña de los cuadros’ (estos nombres vulgares en realidad se aplican a otras Loxosceles americanas) y que realmente estaba sufriendo una serie de complicaciones más o menos graves un mes después de la mordedura. Lo cierto es que el protagonista prometió remitirme unas fotografías del estado de su pierna (donde fue mordido) y algo más de información sobre su caso clínico. Le pregunté por las circunstancias en que se produjo el accidente así como por las condiciones en que se había efectuado la identificación de la especie, etc. Pero no he vuelto a tener noticias (espero que ello no se deba a un agravamiento de su estado de salud). Por fin, hace unas semanas, un colega (César González) me prestó un CD-ROM con los artículos publicados en la revista Medicina Clínica. Así que me entretuve en buscar referencias al papel de los artrópodos en el bienestar (o mejor dicho, ‘malestar’) de nuestra especie. Y efectivamente, aparecieron algunos casos. En concreto hay al menos tres casos documentados de mordedura de Loxosceles rufescens en la península Ibérica con resultados más o menos graves (aunque no mortales). Uno de los reportajes, que documenta un caso atendido en Madrid, tiene la ventaja de mostrar una fotografía del ejemplar causante de los datos y aunque el animal está bastante deteriorado, no cabe duda de que se trata de una Loxosceles. Pero además apareció un artículo titulado: Mordedura por araña de viuda negra (Latrodectus tredecimguttatus). Presentación de 12 casos. F. Diez García et al. Med. Clin (Barc) 1996, 106: 344-346. En él se documentan 12 casos de mordedura de L. tredecimguttatus acaecidos entre los años 1984 y 1994 y atendidos en un solo hospital de Almería. Once de ellos fueron mordidos mientras desarrollaban labores agrícolas y, en concreto, ocho en el interior de invernaderos. En el propio artículo se comenta que prácticamente no existen antecedentes en nuestro país de mordeduras de la especie en la literatura médica, pero no deja de sorprender la acumulación de casos en el espacio y el tiempo. Además de arácnidos, aparecen otras notas sobre insectos (y algunas sobre ácaros). Un par de ellas son ciertamente curiosas. En una se aborda un caso de anafilaxia por picadura de mosquito. La anafilaxia es una reacción del organismo de tipo alérgico frente a las sustancias inoculadas por el insecto. Los casos típicos suelen estar relacionados con picaduras de himenópteros (abejas, avispas...) y pueden ser graves, dependiendo de la sensibilidad de la víctima. Parece ser mucho más rara la anafilaxia frente a dípteros, pero probablemente resulte mucho más complicada de prevenir. ¿Cómo protegerse de la picadura de un mosquito? El otro caso resulta igualmente curioso. Está relacionado de nuevo con mosquitos, en concreto con Anopheles, a los que en ocasiones se les denomina ‘mosquitos de los equipajes’. El asunto es inicialmente misterioso: ¿cómo se producen casos de paludismo en áreas no epidémicas (por ejemplo, España)? Las víctimas son personas que no han salido al extranjero, residentes en zonas urbanas que aparentemente deberían estar libres de este riesgo. Sin embargo, los casos se producen con una cierta frecuencia. La razón es que los mosquitos también viajan en los equipajes (bolsas de mano, maletas, etc.). Ello implica que allá donde reside una cierta población inmigrante es probable que se produzcan viajes más o menos continuos de miembros del colectivo a sus lugares de origen y un cierto tráfico de ‘mosquitos’ como polizontes de su equipaje. Los animales son transportados accidentalmente y si sobreviven comienzan a hacer de las suyas. Algo de esto ha ocurrido por ejemplo en la comarca del Maresme, en Cataluña, donde fueron diagnosticados 7 casos de infección por Plasmodium falciparum en el año 1992. El asunto puede agravarse si se reside cerca de un aeropuerto internacional, pues los mosquitos sobreviven perfectamente al relativamente breve trayecto desde regiones tropicales. Como se ve, aunque se pretenda hacer una bandera de la Antiglobalización, en algunas cuestiones, es ciertamente difícil. Cada vez estamos más cerca unos de otros. Con un poco de ironía lo comentaba en un antiguo Boletín SEA (el 9, 1995: Notas sobre arañas viajeras): los sistemas de transporte moderno, masivo y global, constituyen en esencia la quiebra de las regiones Biogeográficas, al menos en lo que atañe a los artrópodos (pues, por suerte, aun no se ha detectado ningún leopardo o búfalo que haya sido capaz de colarse en un vuelo intercontinental). Otro ejemplo reciente: En Bélgica se ha detectado la presencia de Latrodectus hasselti, una viuda negra australiana y peligrosa (por su veneno; no por ser australiana), que apareció en unos contáiners de embarque en Hasselt (curiosa coincidencia la de su epíteto específico y la del nombre de la localidad). Por lo visto, los aracnólogos locales han llegado a recolectar varios cientos de ejemplares en las inmediaciones, lo que permite suponer que habrá ejemplares vivos en libertad. La cuestión es si sobrevivirán o no a la climatología, aunque siempre les queda el recurso de las residencias humanas (y de ahí el riesgo). La viuda negra mediterránea (Latrodectus tredecimguttatus) efectúa puestas de entre 100 y 400 huevos según Shulov. Pero puede realizar varias puestas en un mismo año. Dos ejemplares de Latrodectus lilianae mantenidos en cautividad durante varios meses en 1995 efectuaron un total de 8 y 6 puestas, a razón de casi 400 huevos/puesta, es decir, unos 3000 huevos/año. Los colegas belgas ya detectaron también, hace unos años, la presencia de Latrodectus mactans, la viuda negra americana, importada accidentalmente con mercancías destinadas a las bases americanas en suelo europeo. Esta situación es probable que se haya dado también en España. No obstante, las citas disponibles son dudosas sin estudiar el material, pues la identificación específica, gracias al parecido interespecífico y a la variabilidad individual, es bastante complicada.
Genes de araña & células de mamífero Junto a noticias de este tipo, hay otras más positivas.... Hace unos días (18 de enero 2002) El País anunciaba que un proceso biotecnológico permite fabricar un hilo de araña muy robusto y ligero. Lo curioso es la forma en que se obtiene: insertando genes de araña en células de mamífero (bóvidos y hámsteres) que son cultivadas para obtener proteínas que son posteriormente manipuladas (aunque no se menciona exactamente cómo, imaginamos que por una cuestión de prudencia y propiedad industrial). El producto se llama Biosteel y entre otras aplicaciones se cuenta su uso como suturas médicas, sedales de pesca biodegradables, blindaje personal flexible y otros materiales (como en el asunto participa un centro militar estadounidense, imaginamos qué tipo de materiales).
Trenes y ‘trenecillos’ Pest Control NEWS es una revista especializada en el Control de Plagas. Contiene junto a informaciones de tipo comercial y técnico numerosas notas y curiosidades o anécdotas sobre diversas plagas y, por tanto, sobre artrópodos. En su primer número (febrero del 2001) aparece el siguiente suelto: ‘El tren de Tokio se detuvo’: Según el reportaje del periódico japonés Yomiuri, un tren expreso del norte de Tokio se paralizó cuando grandes cantidades de milpiés intentaban cruzar la vía. El tren destrozó sus cuerpos dispersando sus fluidos internos que actuaron como lubricante haciendo patinar las ruedas del tren. (...) Haciendo historia se refiere que en 1918 sesenta y cinco millones de milpiés fueron detectados en el estado de Virginia (USA) moviéndose hacia una nueva área para encontrar comida, pero nadie dio una explicación exacta acerca de por qué emigran. Estos datos son aparentemente correctos. Hopkin & Read (1992: The Biology of Millipedes. Oxford Science Publications) recogen diversos casos de impresionantes invasiones documentadas de milípedos (en Europa, América, África, Japón...) cuyas razones permanecen en el misterio. Bastantes especies parecen tener hábitos migratorios, pero se desconoce la forma y razones por la que se producen estas agregaciones masivas. Incluso la anécdota del tren japonés no es nueva. Se dieron casos previos en Hungría, Francia y Alemania, pero también en el propio Japón -la especie en este caso fue Parafontaria laminata. Los milípedos son animales que en ocasiones constituyen plagas. Una de las especies más preocupantes desde este punto de vista es Ommatoiulus moreleti, oriundo de la Península Ibérica y productor de importantes daños en regiones tan alejadas como Australia. Lo cierto es que los milípedos son un componente más que significativo entre la fauna descomponedora habitante del suelo. Tienen, por ejemplo, mayor densidad que los coleópteros según algún estudio realizado en bosques franceses. Esto es algo que no me cuesta creer en absoluto, porque en Zaragoza he asistido a algunas de estas explosiones demográficas en pleno extrarradio de la ciudad. Por diversas circunstancias que ahora no vienen al caso durante cierto tiempo mantuve algunos anfibios en cautividad. Ello implicaba que cada pocos días debía procurarme alimento. Un domingo de mediados de septiembre (1992) me acerqué a unos campos baldíos situados a unos centenares de metros de mi residencia con la intención de capturar algunas invertebrados. Al aproximarme a los campos me di cuenta de que el asfalto de la calle y las aceras estaban cubiertos de ‘trenecillos’ o milpiés. En apenas unos minutos llené dos o tres tarros sin bajar de la acera. Todo un espectáculo. A los pocos días sólo había algunos restos y la población parecía haber vuelto a su tamaño normal. No he vuelto a ver algo similar, aunque tal vez se deba a que ahora hay unos flamantes edificios en esos solares.
Un nuevo depredador Así debería considerarse a la maquinaria agrícola. Una nota breve del British Journal of Entomology and Natural History (vol. 14(4), 2001: 221-223) incluye una fotografía de restos de 10 ejemplares de Lucanus cervus obtenidos en un breve tramo de la linde de un bosque del sur de Londres. El autor (Richard A. Jones) llega a la conclusión de que no se trata de los sobrantes del festín de un pájaro (depredador habitual, hasta ahora, de la especie), sino de los resultados de la circulación de maquinaria agrícola. Si consideramos además a los restantes insectos las cifras probablemente serían monstruosas. Y si incluimos al parque móvil de turismos en todo tipo de caminos, carreteras, autovías y autopistas, de escalofrío. ¿Exigirá la Administración permisos de captura junto al carné de conducir? ¿O ya está incluido en el Impuesto sobre Matriculación?
R.O.C.E.S. No es raro encontrar afirmaciones en torno a que la Entomología es una disciplina apasionante y apasionada. La vida de algunos entomólogos famosos es un buen ejemplo. Pero no hace falta irse muy lejos para encontrar a personas aparentemente normales que dedican miles de horas a levantar piedras para perseguir a minúsculos animales, pegarlos con esmero en pequeñas tarjetas (previa extracción de genitalias, en su caso) y luego volverse locos intentando asignarle un latinajo, gastando si es preciso ingentes cantidades de dinero en la adquisición de extraños -y con frecuencia carísimos- libros. No es sorprendente, pues, que la sociedad civil (léase, la no interesada en los artrópodos), tenga una idea un tanto pintoresca de los entomólogos. Tampoco les faltan razones. ¿Qué puede pensar el director de márqueting de una multinacional cuando se encuentra con un tipo frente a su chalet en plena sierra que busca afanosamente ‘algo’ debajo de un montón de estiércol? ¿O cuando en la hora de mayor insolación, mientras sestea a la sombra de unos pinos en un apacible domingo, descubre a un ‘señor/a’ correteando alocadamente por la pradera tras una mariposa? Si por un casual, llega a acercarse lo suficiente y se atreve a entablar conversación, es probable que se asombre ante las respuestas: ‘Insectos, busco insectos’; ‘No, no es un trabajo; en realidad, hoy estoy de fiesta y he aprovechado para atravesar media España para colectar algunos ejemplares de ‘seguntianum’, ‘narborensis’ o ‘lopez-colonii’; ‘No, no he hablado con ningún siquiatra de esto ¿por qué?’. Sin duda, hace falta un punto de apasionamiento para dedicarse a esto de la Entomología. Es lógico, pues, que los americanos -es decir, los americanos de los ‘USA’- encuentren natural que en cada entomólogo haya un principio de mente desquiciada y, por tanto, un psicópata en potencia (cierto es que esta afirmación, aunque simplona, puede ser perfectamente correcta, al menos si se toma como válida la mayor que dice que en todo americano -de los USA- puede haber un psicópata en potencia). Hollywood nos ofrece algunos ejemplos recientes (quizás el más famoso sea el asesino del ‘Silencio de los corderos’; pero hay otros muchos). Los subrealistas -si quedara alguno vivo, o cuerdo, con menos de 100 años- podrían darles la razón. Los insectos son un símbolo del mundo de los instintos, de la parte todavía ‘animal’ (y no domada) de nuestro cerebro domesticado. Crueldad, muerte y sexo es un conjunto de elementos morbosos e irresistible que Hollywood siempre ha sabido explotar, al que nunca le ha faltado demanda y que siempre ha estado profundamente asociado al mundo artrópodo. Si es cierto que algo de agua debe llevar el río que suena, los entomólogos debemos ser en esencia seres apasionados, al menos en todo aquello que tiene que ver con la disciplina. En mi modesta opinión, esto es algo que no resulta ser necesariamente negativo, aunque siempre se ha dicho que la ciencia debe ser de otra forma (en realidad la mayoría de las biografías de científicos se regocijan en destacar el apasionamiento de sus protagonistas). Que alguien se olvide del reloj cuando mete la cabeza en una caja de escarabajos o mariposas me parece perfecto (siempre que no sea un efecto secundario de la naftalina). Que alguien abandone temporalmente esposa, familia, negocio.... para salir corriendo a buscar puestas de cerambícidos y volver a una hora indeterminada entre ‘las tres’ y las ‘cinco (o seis)’ de vez en cuando, tampoco me parece del todo mal (siempre que no abuse....). O que alguien sea capaz de encerrarse en una habitación durante horas para cronometrar el apareamiento de dos saltamontes en lugar de sentarse ante la pantalla del televisor para escuchar las consignas del Gran Hermano (me refiero al de George Orwell, que para algo somos una revista científica, y no al programa para porteras aficionadas de hace unos meses e igual título) me parece, incluso, una actitud sumamente inteligente. En realidad, yo mismo he dedicado una gran parte de mi tiempo en los últimos años al estudio del comportamiento de un Ficus (o mejor dicho, de Federico, pues he terminado por ponerle nombre al Ficus que adorna mi salón junto al televisor) desde que los noticiarios se han convertido en una liturgia pagana pro gubernamental. Todo esto está mas o menos bien y puede disculparse. Pero el apasionamiento nos lleva a mantener posturas francamente enconadas sobre algunos temas. No asombrará esta afirmación a quien conozca algo de nuestra entomología doméstica. El número de facciones, grupos enfrentados y conflictos explícitos o larvados -atrancados podríamos decir- entre colegas es alarmantemente elevado. Ciertamente es posible que la mayor parte de los mismos puedan pasar desapercibidos. Si uno no trabaja con lepidópteros, cómo va a saber que entre X e Y media una distancia que sólo puede medirse en términos de líneas quebradas. O si alguien no se dedica a Dorcadion (sin lugar a dudas, el conjunto de organismos más polémico sobre el planeta desde que pudo hacerse la autopsia a Hitler, desentrañando su árbol genealógico parafilético) es imposible que pueda conocer el largo listado de conflictos, cuitas y enfrentamientos antiguos, pero también modernos, entre un buen número de estudiosos del grupo. En realidad, probablemente ningún conjunto taxonómico se libre totalmente de esta cruz, salvo aquellos en los que el número de especialistas sea igual o inferior a la unidad. Reconozco que vivir en Zaragoza tiene algunos inconvenientes si se pretende estar al tanto de los asuntos entomológicos, pero también tiene sus ventajas. Una de ellas es que se está ‘muy lejos’ de los lugares donde se concentran los conflictos, pues lógicamente crecen proporcionalmente al número de entomólogos presentes en las inmediaciones. No obstante, cada día más estas distancias están desapareciendo y hoy, gracias a Internet, el correo electrónico y los traductores electrónicos de textos, es posible tener debates interminables, enormes trifulcas y hasta agresiones virtuales (en términos dialécticos o mediante el envío de virus ocultos) incluso con colegas a los que no conocemos, residentes en el extranjero y con los que no compartimos idioma. Ventajas de la tecnología. En todo caso, el correo electrónico ofrece siempre la posibilidad de decir que ‘no se recibió el mensaje’ (pues nadie ha dudado jamás de que Telefónica funciona mal) si se quiere evitar polémicas. Pero, claro, también están las visitas de colegas que se acercan a Zaragoza. En general, y aprovechando que están de paso, si uno tiene un mínimo de habilidad, puede conseguir que cuando se despidan no hayan podido contarte sus conflictos. Sin embargo, lo que en principio parece una ventaja en mi caso, por aquello de la edición, no lo es. Como editor no tengo otro remedio que remitir los manuscritos recibidos a especialistas para su revisión. Y claro, surge la angustia. Si por un casual existen conflictos explícitos o latentes entre el autor y el evaluador no hay forma de salir ‘bien parado’ tanto si se recomienda el rechazo del artículo como si se reciben recomendaciones más o menos serias que implican una modificación del trabajo (y a veces, incluso, cuando la evaluación es totalmente positiva). Entiéndase bien lo que quiero decir: no es que desconfíe del evaluador. Me consta que muchos colegas son capaces de tener enfrentamientos ‘intelectuales’ y ser exquisitamente objetivos en su revisión. Pero siempre queda la ‘duda’; y lo que todavía es peor, siempre le puede quedar la duda al autor de si su trabajo ha sido evaluado adecuadamente o ha sido objeto de una vendetta canalla (conozca o simplemente imagine la filiación del evaluador). Bueno, entre otras cosas, para eso están las dobles evaluaciones, pero... ¿y en aquellos grupos taxonómicos donde lo que realmente existe son ‘facciones’? Es decir, defensores de una u otra hipótesis (mutuamente excluyentes, claro), seguidores de uno u otro autor clásico, etc, etc. ¡Glup! Si remites el trabajo a uno ‘del propio bando’ la angustia no desaparece, pues cabe la duda de si se habrá sido condescendiente más allá de lo correcto; es decir, aquí el temor surge cuando la evaluación no pone pegas al trabajo. Si lo remites a uno de los seguidores del ‘bando contrario’, estamos en lo mismo, pero al revés: te preguntas si las pegas y peros son naturales o el resultado de una percepción enfrentada de la cuestión o posición que nada tiene que ver con el propio artículo. De todos modos, el principal problema es que salvo que uno esté especializado en el grupo taxonómico sobre el que trata el artículo, es difícil saber si existen o no problemas -o roces- entre autor y evaluador/es. Para resolver esta cuestión -la desinformación sobre los litigios vivos- creo que lo adecuado sería la creación de un Registro Oficial de Conflictos EntomológicoS (que bien podría denominarse abreviadamente ‘ROCES’). Este Registro sería de consulta pública y acceso gratuito (y podría ser visitado vía Internet). De este modo, cualquier interesado (o curioso) podría conocer en cualquier momento los pleitos, enfrentamientos y enemistades vigentes en todo momento, así como algunos antecedentes y el grado de intensidad correspondiente. Las ventajas son múltiples. La primera es que los editores sabríamos a qué atenernos cuando debemos buscar evaluadores para los trabajos. La segunda es que en más de una ocasión dejaríamos de meter la pata. No hace mucho tiempo, con ocasión de la organización de cierto evento entomológico, tuve la feliz idea de reunir a dos colegas que poco tiempo antes habían firmado varios artículos en común. Como uno de ellos se presentó en el evento de forma inesperada (desde el extranjero), lo ‘arrastré’ por sorpresa hasta cierta sala en la que se encontraba el otro y cuando los tuve uno enfrente del otro dejé caer un ‘¡Mira quién está aquí!’. Como ya se habrá imaginado quien esto lea, para sorpresa, la mía. Sin mover un músculo de la cara -ni siquiera para esbozar una sonrisa canija, de esas que gritan su falsedad- se soltaron un gélido ‘hola’, se dieron la vuelta y cada uno se marchó por su lado. Si hubiera existido el ROCES es más que probable que a esas alturas hubiera sabido que determinadas diferencias habían alejado seriamente a los otrora compañeros de investigaciones. Desde entonces, cuando asisto a una reunión, tengo mucho cuidado en no coincidir con dos colegas al mismo tiempo, ni mencionar a nadie salvo que mi interlocutor lo haga antes (y deje entrever el tipo de relación que mantiene), pero la cosa es ciertamente incómoda. Existe, además, una tercera ventaja y, sinceramente, creo que puede ser la más importante. Se trata de la posibilidad de que algunos conflictos terminen por desaparecer ante la posibilidad de que sean hechos públicos. Es posible que algunos colegas prefieran sentarse a discutir e incluso a llegar a alguna solución pactada de sus cuitas antes que verse recogidos en el Registro (y por tanto, antes de que todo el mundillo entomológico se entere del asunto). Un cuarta ventaja, que no puede desdeñarse, es la posibilidad de que el Registro pueda ser un elemento clave en las investigaciones relacionadas con la Entomología Forense. Evidentemente me estoy refiriendo no tanto al estudio de la entomofauna necrófaga como a la posibilidad de esclarecer agresiones en callejones oscuros, atentados y envíos de anónimos amenazadores. Los conflictos en los que esté involucrada la víctima pueden ser una pista para detectar posibles sospechosos. Por supuesto, el Registro debe de contar con un Registrador. La más adecuado sería una elección democrática previa presentación de candidaturas por todos aquellos que puedan estar interesados. Sería preferible, en todo caso, que el elegido fuera un colega ajeno a todo tipo de conflictos, debates y polémicas. Tal vez sería preferible no considerar, pues, a algunos firmantes de artículos del número anterior de esta revista. La inscripción de un Conflicto en el registro debería ser algo simple. Por ejemplo, la presentación de una simple instancia (que habrá de ser firmada por ambas partes, claro, aunque esto pueda ser un problema, pero siempre se podría inscribir éste como un nuevo conflicto, o bien ser un anexo del principal). Un modelo posible es el siguiente:
Al Registrador de Roces Muy Sr. Nuestro: Por la presente, los abajo firmantes, tenemos el placer de comunicarle que hemos:
Los firmantes juramos que éste va más allá de lo puramente intelectual y ha superado los límites de lo científico para convertirse en elemento esencial de nuestra existencia como personas, marcando nuestro carácter y afectando a nuestro comportamiento, actos y sentido del ridículo.
Los antecedentes, son los siguientes:
Califique la naturaleza del conflicto:
¿Cree vd. que el conflicto puede resolverse....?
¿En su opinión, qué se merece su oponente...?
Fecha y firma. Si además se pretende crear una ‘Facción’ deberá adjuntarse un número mínimo de firmas que la apoyen. Entre los firmantes tiene que constar al menos una persona que no sea pariente inmediato o miembro del mismo departamento en relación de dependencia laboral o jerárquica. En fin, todo lo anterior es una simple broma. Pero si alguien se ofende podemos, si quiere, entablar un Conflicto formal (e inscribible) en toda regla. Que no se diga que no estoy a favor del desarrollo de nuestra disciplina.
Baja de la disciplina (sic) Hace unos días recibí la carta de un socio en la que decía tener actualmente poco tiempo para dedicar a la entomología y solicitaba la baja. Con tremendo pesar la he cursado, claro, pero no puedo evitar una sensación extraña. ¿Se puede dejar la entomología? Parece que sí, pero no termino de entenderlo. Comprendo que la vida es muy complicada y que en cualquier momento las circunstancias pueden alterar completamente nuestra situación y disposición. La familia, el trabajo -cuando no está relacionado con la entomología-, la cárcel (salvo Latreille) y otro millón de razones pueden en algún momento cerrar la posibilidad de continuar con esta ‘afición’. ¿Pero se puede dejar a largo plazo? Yo creo que no. Tal vez mañana me vea obligado a ‘dejar’ la entomología activa, pero si ello ocurre dudo mucho que pueda ‘cerrar’ la carpeta de forma definitiva. Me ocurrió siendo un crío. En algún momento de la adolescencia y por problemas de tipo familiar y laboral me vi obligado a regalar mi colección de insectos. Durante los siguientes quince años no volví a colectar ni un solo artrópodo. Pero me gusta pensar que no dejé realmente la disciplina. Al menos no dejé de ir comprándome revistas y un montón de libros. No dejé de asistir a ninguna exposición celebrada en Zaragoza, ni de visitar los Museos de Madrid y Barcelona cada vez que tenía algo de tiempo disponible. No dejé de salir al campo a ‘observar’, sin pinzas ni libreta, sin objetivos ni razones. Durante todos esos años no mantuve contacto con colegas; pero es que durante mi adolescencia entomológica no conocí a ninguno. Tal vez sea un pecado de orgullo, pero probablemente si en aquellos tiempo hubiera existido la S.E.A. y sus publicaciones, dudo mucho que me hubiera atrevido a solicitar la baja. Aun careciendo de tiempo o aunque mis gustos o aficiones hubieran cambiado de forma radical e inesperada, me habría parecido un pecado darme de baja. Puede que suene a reproche y, de hecho, lo es. Porque no hay excusa. Sólo lo entendería -insisto- si creyera que es posible ‘desconectarse’ total y absolutamente de la Entomología a partir de un determinado instante, porque si todavía se mantiene un ápice de curiosidad o interés en estos temas y a la vista de la escasa cuantía de la cuota anual, resulta imposible explicar la baja sin rozar el ridículo o una suerte de traición. ¿Qué se ha sido durante los años que se dedicaron a la Entomología? ¿Un pobre tipo con un pasatiempo? Suena duro, pero no pienso dar facilidades a nadie que quiera darse de baja. Salvo que lo haga porque realmente no aguante el tono y maneras de esta sección del Boletín/Aracnet. Bueno, tampoco.
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