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Los Artropódos y el Hombre:
Antonio Melic
Avda. Radio Juventud, 37;
50012 Zaragoza
amelic@telefonica.net
Resumen:
De forma
necesariamente sintética se rastrea la presencia de
artrópodos en las principales culturas y civilizaciones
de los cinco continentes a lo largo de los últimos
10.000 años, especialmente desde una perspectiva mitológica
y simbólica. La abeja, el escorpión, la mariposa
y la araña son los artrópodos más frecuentes
y ricos en símbología de las culturas revisadas.
Otros artrópodos, como la langosta, el escarabajo,
la mosca, etc. han jugado papeles menores, aunque puntualmente
intensos, en los sistemas de creencias antiguos. Desde esta
perspectiva destacan por la riqueza artrópoda de sus
mitos civilizaciones como la egipcia, mesopotámica,
griega o maya. Otras culturas, mucho peor conocidas, muestran
numerosos ejemplos del uso mitológico-simbólico
de los artrópodos.
Palabras
clave: Artrópodos,
Etnoentomología, Mitología, Simbolismo.
From
hieroglyphs to comics: arthropods in culture
Abstract:
In a rather
synthetic way, the presence of arthropods is traced within
the main cultures and civilisations of the five continents
in the course of the last 10,000 years, especially from a
mythological and symbolic perspective. In the cultures under
consideration, the bee, the scorpion, the butterfly and the
spider are at once the arthropods with the greatest recurrence
and the ones invested with the richest symbolic content. Other
arthropods, like the locust, the beetle, the fly, etc., have
played lesser, if momentarily intense, roles in ancient lore.
From this point of view, some civilisations stand out because
of the strong presence of arthropods in their myths: such
is the case of the ancient Egyptians, Mesopotamians, Greeks
and Maya. Other, less well-known cultures, include numerous
examples of a mythological-symbolic use of arthropods.
Key
words: Arthropods,
Ethnoentomology, Mythology, Symbolism.
I N D I C E
1.
Introducción
La unión de los contrarios
¿Cómo son percibidos los artrópodos
por nuestra especie?
Una precisión previa
2. Paleolítico-Mesolítico
Abejas y saltamontes del Paleolítico
3. Mesopotamia
La aracnología sumeria
4. Egipto
Escarabajos y jeroglíficos egipcios
5. El Mediterráneo clásico
Abejas cretenses y mariposas griegas
Chinches acuáticos iberos
6. Oriente
Cigarras y grillos orientales
7. Africa y Australia
Mantis africanas
Piojos aborígenes y arañas
del Pacífico
8. Mesoamérica
Geoglifos gigantes y anófeles incas
Mariposas
mejicanas
9. Norteamérica
Arañas hopi
10. Conclusiones provisionales
Interludio sobre mitología comparada
11. Epílogo:
Los restos del naufragio artrópodo
La
unión de los contrarios
A
primera vista puede resultar un tanto aventurado mezclar dos
palabras tan dispares como ‘artrópodos’
y ‘cultura’. La primera es una expresión
de lo natural, de lo vivo; la segunda, es el resultado de
un proceso acumulativo básicamente intelectual y, por
tanto, humano. Una de las entradas de la palabra Cultura en
el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española
es: ‘Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos
y grado de desarrollo artístico, científico,
industrial, en una época o grupo social’. Por
su parte, los artrópodos son, simplemente, la mayor
colección de formas vivientes de este planeta desde
los albores de la vida compleja hace un buen puñado
de millones de años. Ningún otro conjunto de
organismos emparentados tan estrechamente ha presentado, ni
ahora ni en el pasado, tal diversidad de variaciones sobre
un mismo patrón, negando, en cierta forma, la hipótesis
matemática de que lo finito no puede contener lo infinito.
Si además de lo morfológico, consideramos su
plasticidad ecológica, el resultado es de tal magnitud
que asusta y acompleja. ¿Quién sabe si, en el
fondo, las cuitas y enfrentamientos entre nuestra especie
y los artrópodos, no son si no una forma bárbara
de expresar nuestro temor?
Este planeta, digan lo que digan los escritos y el cine, no
es, ni ha sido nunca, el planeta de los simios y sus parientes,
los humanos, sino el de los artrópodos. Tan sólo
dentro de mundo simplificado de los organismos unicelulares
es posible encontrar un grupo que pueda hacer sombra a los
artrópodos, pero los datos disponibles son de momento
simplemente especulativos.
El modelo artrópodo, a diferencia de otros clásicos
de nuestra historia geológica, no es una moda pasajera
o circunstancial. Sus colecciones triunfaron ya en las pasarelas
del Cámbrico marino, en los tiempos húmedos
y profundos, cuando la edad de la vida compleja daba sus primeros
balbuceos durante el incipiente Fanerozoico –es decir,
hace unos 550 millones de años. Muchos de aquellos
modelitos experimentales cayeron pronto en el olvido vencidos
por lo impredecible de lo vivo en plena efervescencia, pero
por suerte, la memoria fósil nos ha devuelto algunas
de aquellas estrafalarias maravillas. Los trilobites, que
parecen una simple curiosidad mineral para usar como pisapapeles
por los no paleontólogos, medraron durante 300 millones
de años en los mares paleozoicos, casi el doble de
tiempo que toda la historia de los cinematográficos
dinosaurios y 100 veces más que nuestra propia especie.
Probablemente los artrópodos fueron también
los primeros invasores de la tierra firme gracias a un vestuario
fundacional, pret-a-porter, adecuado para todo tipo de ocasiones
y, por lo que se ve, para todo tipo de medios. Escorpiones
de un metro de largo o gigantescos antepasados de los milpiés
de dos (y casi medio metro de anchura) camparon a sus anchas
durante el Carbonífero incluso en lugares muy próximos
a donde escribo estas líneas. Luego, entre cataclismos
y hecatombes dramáticas que nunca pudieron con ellos,
los artrópodos, y en concreto los insectos, extendieron
su dominio a todo el planeta, expandiéndose durante
el Terciario gracias a una considerable especialización
en la explotación de los nuevos recursos vegetales.
Hace un instante, en términos geológicos, apareció
el hombre con ínfulas de gran modisto francés
y modos de Atila ecológico (la próxima hecatombe
—ya es sabido— no tendrá nombre de periodo
geológico, si no muy probablemente de especie). Y con
él llegó lo que conocemos como ‘cultura’.
Ésta, en realidad, es una entidad omnívora e
insaciable: se alimenta de todo aquello que es o ha sido en
algún momento percibido –interiorizado–
por la especie humana y, por tanto, de todo aquello que le
rodea, para transformarlo en algo nuevo, subjetivo, domesticado,
alterado por el conjunto de sentimientos, preferencias y temores
del observador. La ‘cultura’ no explica lo natural
(eso, le corresponde a la ciencia); es más bien la
expresión de cómo percibe la especie humana
lo natural, que suele ser algo bien distinto. Se trata, pues,
de una simple versión, a la que ni siquiera se exige
fidelidad al original. Algo así como el ‘arte
abstracto’, en el que el objeto o sujeto reproducido
es sólo una excusa para expresar otras ansias, temores
o placeres más profundos o superficiales, pero ajenos
con frecuencia al propio modelo (al menos, eso dicen los expertos,
con más retórica que lógica).
Sea como fuere, la cultura ha colectado, masticado y digerido
a los artrópodos y nos ha entregado una visión
nueva, estrafalaria en algunas ocasiones, próxima en
otras... pero rara vez exenta de prejuicios. Lo realmente
asombroso, no obstante, es que esas imágenes distorsionadas
no son aleatorias ni discordantes si no repeticiones, copias
casi perfectas –entre ellas– que terminan por
engendrar símbolos universales y arquetipos. Intriga,
cuando no asusta, las coincidencias entre ideas que fueron
expresadas en civilizaciones alejadas por océanos de
tiempo y espacio; entre sociedades que según nuestros
conocimientos actuales no tuvieron contacto alguno. ¿Cómo
asignaron los mismos poderes, facultades y maldiciones a los
mismos organismos? ¿Por qué no eligieron otros?.
¿Cómo
son percibidos los artrópodos por nuestra especie?
El
hombre tiende a ordenar las cosas, a clasificar el mundo que
le rodea utilizando criterios que son marcadamente antropocéntricos
(o culturales). No debe de extrañar que a pesar del
criterio de los sistemáticos, la clasificación
más ampliamente extendida de los artrópodos
es la que los separa entre útiles y perjudiciales.
Lo curioso es que esta clasificación deja fuera al
99,7 % de los artrópodos conocidos, es decir, a todas
aquellos que no producen un beneficio o perjuicio a nuestra
especie medible en términos económicos o de
disfrute/daño inmediato. Como clasificación
es tan válida como cualquier otra, pero olvida, en
un limbo absurdo y enorme, a un tercer grupo, el de las especies
‘neutras’ o indiferentes.
Del millón de artrópodos bautizados taxonómicamente
se conocen unas 3.000 especies perjudiciales. La ‘maldad’
artrópoda puede medirse en términos de competencia
por los recursos. Entre ellos se cuentan especialmente los
vegetales y otros animales, pero también el propio
cuerpo humano (‘comestible’ desde ciertas perspectivas).
El 20% de las cosechas mundiales termina en el tracto digestivo
de los insectos; a ello hay que sumar un porcentaje variable
de consumo que se produce en cualquiera de las fases posteriores
a la recogida de la cosecha. Los animales domésticos,
como nosotros mismos, sufrimos el ataque de artrópodos
parásitos. El consumo artrópodo va mucho más
allá de los alimentos y si nos permitimos una cierta
ironía, habría que decir que tal vez la forma
más directa de relación de los artrópodos
con la cultura son los daños directos que éstos
producen al patrimonio histórico y cultural, es decir,
el consumo —real y no metafórico— de obras
de arte de los refinados comedores de papel antiguo, de lienzos,
de maderamen y artesonados...
A esta dura competencia, puede sumarse una serie de conflictos
que podríamos llamar accidentales, derivados exclusivamente
del hecho de compartir nicho. La convivencia con los vecinos,
especialmente en casos de hacinamiento, suele ser problemática
y un trillón de insectos junto a 6000 millones de personas
vivimos en el mismo domicilio. En esta situación podríamos
catalogar la existencia de las fobias, de la transmisión
de enfermedades o de las patologías asociadas al envenenamiento
y alergias. Sin embargo, lo cierto es que ningún quelícero,
colmillo, glándula venenosa o pelo urticante ha evolucionado
para envenenar o molestar a nuestra especie, pero ocurre.
El listado de artrópodos beneficiosos es lamentablemente
breve dentro de esta clasificación. Tal vez uno o dos
centenares de especies. Miel y algunos otros productos como
la seda, algunos principios activos extraídos de sustancias
artrópodas y, por supuesto, los insectos polinizadores
como ‘entidad abstracta’ benéfica. Eso
es todo. En un segundo plano aparecen otras actividades beneficiosas
de los artrópodos como degradadores (dentritívoros,
coprófagos y necrófagos), controladores biológicos
(son ‘buenos’ porque matan a otros insectos),
indicadores biológicos (incluyendo entomología
forense y paleontología), como fuente de alimentación,
objeto científico o estético, etc.
Lo curioso es que el principal servicio de los artrópodos
apenas es percibido. Se trata de su participación directa
en el adecuado funcionamiento de los ecosistemas y, por tanto,
de los servicios vitales que éstos nos prestan (reciclado
de carbono, oxígeno e hidrógeno, control del
clima, control del ciclo hidrológico y depuración
de aguas, formación y conservación del suelo,
ciclo de nutrientes, tratamiento de residuos, polinización
o conservación de la biblioteca genética...),
aunque sea preciso reconocer que también es algo accidental
y no fruto de una acción premeditada de apoyo ecológico
a la supervivencia de nuestra especie. Todo ello tiene que
ver muy directamente con el problema de la valoración
de la Biodiversidad y sus dificultades para cuantificar, en
términos homogéneos, comprensibles para una
mente mercantilizada, los diferentes componentes de esa magnitud.
La consecuencia es la injustificada existencia de un ejército
de organismos inútiles.
En este artículo, no vamos a ocuparnos de los artrópodos
desde el punto de vista de su valor de uso directo. La utilidad
material o el perjuicio (terreno fértil de la entomología
aplicada y de la ecología, si transcendemos el simple
valor de uso inmediato) sólo será considerada
de forma marginal. Aquí nos interesa destacar un papel
aparentemente menos importante, el de los artrópodos
como mito o elemento simbólico y éstético
en el marco de las diferentes culturas humanas. El hombre
ha intentado explicar el Cosmos y a sí mismo a través
de complejas teorías mitológico-religiosas elaboradas
a partir de una determinada percepción del mundo que
le rodea. La mitología no es sólo un sistema
de creencias primitivas; sino una forma de comprender los
miedos, deseos y sentimientos de las sociedades que nos precedieron
y que forman parte de nuestra infancia cultural. Los símbolos
son puentes entre las formas y objetos y los sistemas de creencias,
entre lo material y lo espiritual o entre lo natural y lo
cultural. Con frecuencia, las mitologías cambian, o
simplemente son sustituidas; por el contrario, los símbolos
perviven, permanecen más o menos incrustados en las
diversas culturas. La estética, entendida en un sentido
amplio como el conjunto de manifestaciones artísticas
de cada época, recoge y representa a unos y a otros
y nos los trae, en forma de lienzos, geoglifos, esculturas
o expresiones literarias, hasta el borde del tercer milenio
d. C. Ahí es donde vamos a intentar rastrear la presencia
y comprender el papel de los artrópodos.
Lo que sigue no es técnicamente entomología,
sino más bien antropología, pues no vamos a
estudiar insectos o arañas si no la forma en que éstos
son recogidos en diversas expresiones culturales y artísticas
del hombre durante los últimos miles de años.
La empresa es ciertamente pretenciosa, porque si hemos de
hablar de los artrópodos en los modos de vida y costumbres,
en las manifestaciones artísticas y culturales sería
preciso dedicar bastantes páginas a este propósito.
La definición de ‘cultura’ que hemos dado
en la entrada llevaría a dedicar capítulos enteros
a cada una de las grandes civilizaciones que han prosperado
a lo largo de la historia. Más aún, casi puede
decirse que toda sociedad o colectivo que en algún
momento y lugar han conseguido conformar eso que llamamos
una cultura propia o han dejado, al menos, un conjunto mínimo
de expresiones artísticas, incluyen referencias a los
artrópodos. A pesar de todo, vamos a intentarlo...
Una
precisión previa
Hogue
(1987) abrió su artículo ‘Cultural Entomology’
señalando las tres áreas básicas a las
que nuestra especie dedica su energía intelectual:
la supervivencia, el conocimiento científico y el conjunto
de actividades que hoy son conocidas como ‘humanidades’
(de la religión al arte). La entomología, entendida
en un sentido amplio, forma parte de cada una de esas actividades.
La primera, relacionada directamente con la satisfacción
de necesidades primarias, es la entomología aplicada
o económica; la segunda, vinculada al intelecto, es
la entomología académica o científica
y la tercera, es la entomología cultural, aquella relacionada
con la dimensión espiritual y artística de nuestra
especie. Esta división, a pesar de su aparente sencillez,
puede plantear múltiples problemas para encajar determinados
elementos o conocimientos en una u otra división. Así,
por ejemplo, la entomofagia, cuando ésta es un proceso
habitual en las costumbres alimenticias de un grupo social
es entomología aplicada. Sin embargo, cuando el consumo
de insectos está relacionado con actividades rituales
o religiosas forma parte de la entomología cultural
(Hogue, 1987).
Otro problema sutil se plantea con la separación entre
entomología cultural y etnoentomología. Para
Hogue (1987), la segunda es la forma en que se relacionan
artrópodos y humanos en las llamadas sociedades primitivas.
Por tanto, sería una parte de la primera. Otros autores
(por ejemplo, Leclercq, 1999) consideran la etnoentomología
como algo más amplio, no circunscrito exclusivamente
a las sociedades primitivas y, por tanto, la entomología
cultural sería un simple sinónimo de aquella.
En este sentido utilizaremos ambos conceptos.
En la elaboración de este artículo hemos consultado
un elevado número de fuentes documentales. Los datos
de carácter histórico proceden de la Historia
de la Humanidad Salvat (1984) en 30 vols. e Historia de la
Humanidad de Editorial Arlanza (2000), también en 30
vols. Ambas obras tienen autoría múltiple. Para
revisar la mitología de algunas civilizaciones han
sido consultadas diversas obras: Mitología (R. Willis
coord., 1993), de ámbito mundial; McCall (1994) para
Mesopotamia y Sarkhosh (1996) para Persia; la compleja mitología
y simbología egipcia ha sido revisada a través
de Cambefort (1987, 1994), Lurker (1991), Baines & Pinch
(1993), Wilkinson (1995) y Martín-Piera (1997); para
los mitos griegos se utilizó Davis & Kathirithamby
(1984), Bellés (1997a) y Moret (1997). La escasa información
disponible sobre los Iberos procede de Moret (1996). Respecto
a culturas americanas se consultó especialmente Tozzer
& Allen (1910), Beutelspacher (1989), Heyden & Baus
Czitrom (1991), Vargas-Musquipa (1995) y Taube (1996), así
como diversos capítulos del volumen ‘Los indios
americanos.
Mitos y leyendas’ coordinado por C. F. Taylor (1995).
En cuanto a simbología fueron consultadas especialmente
las siguientes obras: Saunders (1996), Cirlot (1997, la edición
original es de 1958), Husain (1997), Bruce-Milford (2000),
Cooper (2000) y Grossato (2000). Una fuente fundamental de
información ha sido varios de los trabajos publicados
en el volumen monográfico del Boletín SEA ‘Los
artrópodos y el hombre’ en 1997. Otras obras
consultadas figuran en la bibliografía final.
Abejas
y saltamontes del Paleolítico
Bellés
(1997b) presenta una síntesis de los conocimientos
disponibles sobre las relaciones entre los artrópodos
y el hombre prehistórico en el marco mediterráneo.
De ahí hemos extraído las siguientes notas.
Las primeras expresiones que pueden ser razonablemente asignadas
a artrópodos pertenecen a utensilios del Magdaleniense
con unas antigüedad estimada de unos 10.000 años.
Entre ellos, destacan diversos amuletos colgantes en lignito
de la Gruta del Coleóptero, Bélgica que parecen
representar un coleóptero bupréstido (fig.
1) (Cambefort, 1994). Piezas similares, representando
‘mariquitas’ (coleópteros coccinélidos)
según unos o animales fantásticos, según
otros (pero también, según otras opiniones,
el sexo femenino, todo un clásico de la iconografía
antigua), se han encontrado en el Pirineo francés y
en diversos lugares de España.
No obstante, la representación más enigmática
de este periodo es el famoso hueso de bisonte hallado en la
Gruta de los Tres Hermanos (Francia) que incluye el grabado
de un ortóptero (saltamontes), posiblemente cavernícola.
Se trata de un saltamontes áptero con el dorso muy
convexo y las patas relativamente robustas y cortas (fig.
2). Chopard (1928) se atrevió a identificar
el género (Troglophilus).
El Mesolítico trae consigo el llamado arte parietal
levantino con aproximadamente unos 5.000 años de antigüedad.En
numerosos casos se muestran claramente acciones de individuos
recolectando miel con las
abejas zumbando a su alrededor (Ripoll Perelló, 1984;
fig. 3).Existen ejemplos
de este tipo de representaciones en Castellón, Valencia,
Teruel, etc., aunque en algunos casos puedan plantear dudas
sobre la auténtica naturaleza de la escena a consecuencia
de su esquematismo. También existen ejemplos de pinturas
rupestres similares en Zimbabwe (aplicando humo para recolectar
la miel) y en Suráfrica y laIndia, cuyas imágenes
permiten identificar a la especie (Apis dorsata) gracias a
la forma característica de los nidos (las abejas, sin
embargo, aparecen representadas por un simple punto) (Bellés,
1997b).
Probablemente el sentido de las escenas mesolíticas
de recolección de miel eran rituales mágico-religiosos
o propiciatorios, de forma similar a las más conocidas
relacionadas con la caza. Por tanto, consistían realmente
en una actividad ‘práctica’, tendente a
garantizar la continuidad del recurso. Mucho más intrigante
es el caso del ortóptero. Bellés (1997b) nos
recuerda que los saltamontes son un alimento consumido en
algunas culturas y, por tanto, la representación podría
tener el mismo sentido. No es difícil suponer que la
captura de grandes saltamontes (tan abundantes en algunos
prados pirenaicos en verano) pudo constituir un recurso, al
menos alternativo, para matar el hambre en momentos de necesidad
o caza escasa. Juegan a favor de esta hipótesis algunos
factores: el relativo gran tamaño de algunas especies
de tetigónidos de matorral, su abundancia en determinados
periodos y lugares y la facilidad para recolectarlos en gran
número sin acometer esfuerzos excesivos. Marvis Harris
(1989), que se ha ocupado de la cuestión de los hábitos
alimentarios en diversas culturas actuales y primitivas, señala
la ausencia de estas circunstancias como la clave por la que
los insectos y otros pequeños animales no forman parte
habitual de la dieta de muchos pueblos, a pesar de que su
rendimiento en términos nutritivos es proporcionalmente
superior al de la carne ‘roja’. Sólo en
muy contadas ocasiones el esfuerzo de recolección de
artrópodos (por lo general, pequeños y dispersos)
es compensado en términos de rendimiento calórico
obtenido. Algo que sí puede producirse en momentos
y lugares concretos, gracias a la acumulación de individuos
(especialmente si son de gran tamaño).
Sin embargo, la precisión artística del tallado
del ortóptero cavernícola mencionado (que permite
incluso ejercicios de identificación taxonómica),
hace pensar en algo diferente a la simple ceremonia de propiación.
Tal vez una muestra de arte por el arte o, como señala
el propio Bellés, el interés por estas bestias
del primer naturalista de la historia. Otro tanto podría
indicarse de la representación de otros artrópodos
en la misma época, como ciertas figuras de arañas
(Beltrán Martínez, 1993; Bellés, 1997;
fig. 4-5),
si bien la propia identificación del animal plantea
en ocasiones algunas dudas. Lo cierto es que difícilmente
puede considerarse a la araña un ‘recurso alimenticio’
y su sentido resulta misterioso.
La
aracnología sumeria
Mesopotamia
fue habitada hace 35.000 años (como mínimo).
Durante el Paleolítico y Mesolítico se desarrollaron
diversas culturas de las que quedan muy pocos vestigios (Roaf,
2000). Aproximadamente hacia el 3.500 a. C. puede datarse
el comienzo de la auténtica Historia de la Humanidad
con los Sumerios. Este pueblo desarrolló la escritura
y el urbanismo (en sus ciudades-estado), lo que permite arrancar
el prefijo ‘pre’ y comenzar la etapa histórica.
La historia de la región es una continua y convulsa
sucesión de invasiones, guerras y enfrentamientos,
con algunos periodos de paz y prosperidad. Semitas, sumerios,
acadios, qutu, hititas, etc. son algunos de los pueblos y
naciones que se aposentaron en estas regiones.
La entomología cultural de la época sumeria
es de carácter fundamentalmente aracnológico.
Los dos artrópodos más importantes en su mitología
son el escorpión y la araña.
Los astrónomos de Babilonia fueron los primeros en
estudiar el firmamento y las trayectorias de los astros hace
unos 4.000 años (algo menos según ciertos autores).
Tauro y Escorpión fueron probablemente las primeras
constelaciones en ser reconocidos. A pesar de esta identificación,los
escorpiones son considerados elementos malignos y con frecuencia
el escorpión recibió el trato de ‘demonio’
(así aparece en la Biblioteca de Asurbanipal, s. VII
a.C.). No resulta difícil asociar las condiciones ambientales
de la región geográfica con estas ideas en torno
a los escorpiones. Salvo los fértiles valles fluviales
del Éufrates y Tigris, el resto del territorio son
estepas y desiertos, o cordilleras en las que la subsistencia
debió ser muy dura. La zona está habitada por
un buen número de especies de escorpiones, muchos de
ellos peligrosos, y su presencia es predominante en los lugares
áridos. Por tanto, los escorpiones, además de
animales agresivos y un peligro directo, probablemente fueron
considerados animales malignos asociados a lugares duros,
yermos e inhóspitos, simbolizando la sequía
y el desierto. Así, por ejemplo, el pueblo qutu, ‘bárbaros
del norte’ de los que apenas hay noticias, eran conocidos
por los sumerios como los ‘escorpiones de las motañas’,
aunque ello no impidió la firma de una alianza con
la dinastía de Ur frente a los acadios, que, por cierto,
terminó en una suerte de traición, otro concepto
relacionado con el escorpión como animal maligno.
La iconografía cristiana ha utilizado con frecuencia
esta idea y diversos cuadros muestran escorpiones a los pies
del crucifijo en alusión al comportamiento del pueblo
judío. La idea de traición puede estar relacionada
con los hábitos de caza y aparente agresividad de algunas
especies, pero también con su singular morfología:
la de un animal que se aproxima con los brazos abiertos, con
la aparente intención de fundirse en un abrazo fraternal
para, inmediatamente, lanzar el aguijón que te golpeará
fatalmente en la espalda. En las figs.
6 y 7 pueden
verse fragmentos de ‘kudurrus’ o documentos reales
de tiempos de Nabucodonosor con más de 3.000 años
de antigüedad. Otro ejemplo son los cilindro-sellos (fig.
8). Los escorpiones u hombres-escorpión eran
guardianes de la Puerta del Sol, las Montañas del Este
y las Puertas Dobles. Los escorpiones se asociaron posteriormente
(en Babilonia) a Ishtar. Otra muestra de estas ideas es el
personaje Pazuzu (fig. 9),
un importante demonio mesopotámico y una criatura de
cabeza deformada, con alas de águila, dientes y garras
de león y cola de escorpión. Se trata de la
personificación de la tormenta que causa desastres
y, por supuesto, su morada es el desierto. Sin embargo, como
luego veremos en el caso de los escorpiones en Egipto, es
el protector frente a las plagas y otras fuerzas del mal (especialmente
los desastres naturales). Resulta bastante evidente (sin poder
afirmarse de forma rotunda) que los sumerios y asirios temían
a los escorpiones por las razones anteriormente indicadas,
pero al mismo tiempo, como buenos agricultores, fueron capaces
de percibir el servicio ecológico que estos seres aparentemente
malignos les brindaban aniquilando a otros terribles competidores
como los insectos fitófagos, frente a los cuales, debían
sentirse bastante desprotegidos. Por tanto, los escorpiones
jugaron un papel dual, complejo, mucho más rico en
matices que el actual. Eran seres poderosos, malignos, pero
que podían resultar beneficiosos en ciertas circunstancias.
La presencia de la ‘araña’ en estas culturas
resulta bastante más oscura e indirecta. La información
disponible procede de fuentes escritas y apenas cuenta con
iconografía (fig.
10). Por algún motivo la araña no suele
disponer de representaciones gráficas, o son muy escasas,
a pesar de jugar, como luego se verá, un destacado
papel en los sistemas mitológicos. Este fenómeno
se repite, misteriosamente, en otras culturas. Entre los sumerios,
la araña aparece vinculada a Ishtar y especialmente
a Atargatis (diosa asiria). También a Astarté,
Innana y otras. Es preciso señalar que el número
de divinidades entre estos pueblos no tiene nada que envidiar
en densidad y mestizaje al panteón egipcio, quien probablemente
importó algunos elementos.
Las
diosas mencionadas son un arquetipo que se repite en muchas
otras culturas posteriores relacionadas con la diosa madre
o diosa de la fertilidad. Esta parece una tradición
que arranca en el Neolítico y que se extendió
por casi todo el Mediterráneo. En los orígenes,
la diosa es representada como una figura de pechos enormes,
grandes caderas y abdomen. Carnalidad femenina, maternidad
o todo a un tiempo. El agua es un elemento estrechamente vinculado
a la diosa, como fuente de vida. Los ritos religiosos sumerios
estaban muy relacionados con la muerte (incluían sacrificios
humanos), pero también con el sexo, transunto de la
fertilidad, hasta tal punto que algunos de sus textos clásicos
son casi pornográficos.
Es habitual que creación y fertilidad formen una pareja
indisoluble. A su vez, existe una relación biunívoca
entre fertilidad, por una lado y sexo y agua, por otro. Resulta
lógico: en el mundo animal el sexo es el mecanismo
de reproducción; en el vegetal, este papel es asumido
por el agua, especialmente en culturas agrícolas primitivas.
Por esta razón los símbolos de Atargatis son
conjuntamente la araña y el pez. La araña crea
un universo geométrico, ordenado, a partir de sí
misma, extrayendo hebras de seda de su propio cuerpo y formando
estructuras de una maravillosa perfección. El pez representa
el agua, el elemento esencial para la obtención de
la cosecha y, según algunos autores, a la fertilidad
por su apariencia de vulva femenina (girándolo 90º
grados y dejando la figura del pez mirando hacia abajo).
Atargatis/Ishtar es además de Gran Madre y diosa de
fertilidad, tejedora del destino, en el que quedan entrelazados
los hombres. Hay otros elementos que caracterizan a la araña
y que difícilmente pueden pasar desapercibidos: su
capacidad para inocular veneno a través de la mordedura
y su habilidad para capturar presas gracias al uso de telas
como trampas. La asociación de la araña a la
diosa resulta ratificada precisamente por estas capacidades.
Un poema sumerio dice respecto a Innana: ‘Cual un temible
león con tu veneno aniquiliste a los hostiles y a los
desobedientes’. Atargatis, Ishtar y la antigua Innana
son siempre la diosa de la guerra para los pueblos mesopotámicos.
Amor (maternal y carnal) y guerra conforman una unidad y no
elementos enfrentados. Creación y destrucción
(o vida y muerte) son caras de una misma moneda, la diosa,
y su símbolo, la araña (o en ocasiones, el escorpión,
fig. 11).
Por tanto, aunque la iconografía disponible de la época
es relativamente limitada, creo que existen pocas dudas sobre
la vinculación entre la araña y la principal
deidad mesopotámica. El complejo Atargatis fue origen
de otros mitos, tal vez gracias a los Fenicios que la exportaron
a diversos lugares y quienes cuentan con pocas referencias
artrópodas en sus teogonías (escarabajos mortuorios
y motivos decorativos relacionados con la fase de metamorfosis
de los lepidopteros, y poco más; pero ver fig.
12 y 13).
En las líneas siguientes veremos que existen sorprendentes
coincidencias con otras mitologías: Neith, Anansi,
Madre-Araña o incluso Ix Chel, diosa maya del otro
lado del Atlántico y 2.000 años más joven.
En algunos casos ha podido tratarse de exportaciones mitológicas,
pero en otros queda patente que simplemente se ha producido
una coincidencia en los hechos observados y en su elevación
a símbolo o incluso mito. Lo extraordinario es que
estas coincidencias parecen rozar lo paranormal.
Siquiera por citar algún ejemplo de insecto en la iconografía
de la región y época, puede verse en la fig.
14 un grabado mesopotámico (hacia 700 a. C.)
en el que se representan a dos sirvientes acarreando granadas
y langostas para ser comidas. Probablemente éste es
uno de los primeros ejemplos en los que se recoge sin lugar
a dudas la entomofagia como actividad cotidiana. No sería
de extrañar que, en base a lo previsto por Harris (1989),
fuera el débil consuelo de los tiempos de plaga. Otro
caso curioso es el recogido por Betoret (1993) en alusión
a la extensa literatura sumeria y al poema de Gilgamesh, donde
existen referencias a odonatos, un animal poco frecuente en
la literatura antigua.
Escarabajos
y jeroglíficos egipcios
La
civilización egipcia se prolongó durante más
de tres milenios, desde el periodo predinástico tardío
hasta el Grecorromano. La mitología e iconografía
del Egipto faraónico son unas de las más ricas
y variadas del mundo antiguo. Los egipcios llenaron sus hogares,
templos y tumbas de obras artísticas de todo tipo:
pinturas, esculturas, ornamentos, utensilios, joyas, amuletos....
pero ellos no deben ser considerados como simples objetos
o elementos decorativos; al contrario, se trata de un fenómeno
totalmente religioso o al menos mágico, a través
de los cuales se representaban sus creencias e ideas sobre
la naturaleza del cosmos.
Para nosotros, los símbolos son una simple abstracción,
evocadora de una idea u objeto real; para el egipcio arcaico,
cuya percepción del mundo era visual y profundamente
mágica, símbolo y objeto evocado fueron básicamente
lo mismo. El nombre de una persona no es sólo una manera
de identificarle: forma parte de su misma esencia. Es difícil
hacerse una idea precisa de este tipo de percepción.
Un ejemplo moderno equivalente podría ser el de la
fotografía de un pariente muy cercano o un crucifijo
para un cristiano. Son objetos materiales de papel, madera,
metal o vulgar plástico, pero al tiempo son símbolos
transcendentes y resulta complicado distinguir sus aspectos
materiales y espirituales. ¿Quién rompe una
fotografía o echa a la basura un crucifijo por muy
deteriorado que sea su estado? Los egipcios mantuvieron este
tipo de vinculación con un gran número de objetos
y manifestaciones plásticas. Además de las pirámides
y otros grandes monumentos, el arte egipcio es célebre
por sus jeroglíficos, conocidos como medu netcher,
es decir, ‘palabra de dios’, idea que subyace
en la propia palabra ‘jeroglífico’ acuñada
por los griegos. Se trata de un sistema de escritura reservado
a actividades rituales, artísticas y religiosas.
No obstante los egipcios disponían de otra escritura
cotidiana para correspondencia y administración llamada
hierática, compuesta por trazos rápidos y cursivos
carentes de simbolismo.El inventor de la escritura fue el
dios Thot. Los signos son, para el egipcio, el significado,
hasta tal punto que en sus jeroglíficos fúnebres
aparecen escorpiones sin cola o serpientes con un puñal
clavado, pues debido a esta equivalencia absoluta surgía
el problema de evitar que una persona enterrada fuera agredida
por el escorpión o la serpiente (es decir ¡por
sus símbolos!).
El escarabajo es, con diferencia, el artrópodo más
conocido desde el punto de vista etnoentomológico gracias
a las creencias del Egipto antiguo y a lo extendido de su
iconografía. Cambefort (1987, 1994) ha llevado a cabo
una investigación exhaustiva sobre las creencias y
mitos asociados a los coleópteros, con especial atención
a la cultura egipcia. Martín-Piera (1997) sintetizó
esta información y destacó el, en ocasiones,
sutil paso que va desde la interpretación teológica
de los fenómenos naturales a la racional y científica.
Y es que la entomología aplicada primitiva y la cultural
son, en muchos sentidos, la prehistoria de la entomología
científica.
El escarabajo tiene varios significados (figs.
15-17); el principal es el de la ‘autocreación’
porque los egipcios pensaban que el animal nacía por
sí mismo a partir de una bola de estiercol. Jeper (nombre
egipcio del escarabajo pelotero) significa ‘llegar a
ser’. El ciclo vital en el caso de los escarabajos coprófagos
ayudó a fundamentar el mito gracias a su relación
con el excremento, materia innoble, pero elemento más
o menos mágico en las primitivas culturas agrícolas
a las que no pasó desapercibido su efecto revitalizador
sobre las cosechas. Otras costumbres ayudaron a confirmar
estas ideas: el enterramiento del animal en el suelo y su
aparente muerte (reforzada especialmente en el caso de la
ninfa, de extraordinario parecido con la momia en su sarcófago)
y su posterior renacimiento y emergencia, incluyendo la coincidencia
temporal con la crecida del Nilo (otro elemento fundamental
en las actividades agrícolas)...
El escarabajo fue equiparado con el dios Atum (dios creador)
y más tarde, con el dios
solar Ra, pues se consideraba que el coleóptero, después
de crear una forma perfecta (la esfera) del caos, la empujaba
como Ra empuja la esfera solar a través del cielo todos
los días. A ello ayudan circunstancias como que estos
escarabajos son de actividad matinal, que Oriente —por
donde se pone el sol— es el reino de los muertos y el
escarabajo termina enterrándose en el suelo (otro trasunto
del citado reino) y algunos rasgos morfológicos del
animal como las protuberancias de la cabeza que parecen rayos
solares y que, de nuevo, lo vincula a la teofanía solar.
No es extraño que hayan llegado hasta nosotros miles
de escabaeos (fig. 15)
y otros pequeños y poderosos amuletos, así como
una rica variedad de símbolos y representaciones.
Pero la entomología cultural egipcia va mucho más
allá. Otros artrópodos forman parte de esta
compleja iconografía. Uno de los más importantes,
además del escarabajo, es la abeja, representado por
el símbolo bit (figs.
17, 18-19). Es
un insecto de significado solar y vinculado, en consecuencia,
al dios Ra. La leyenda dice que en una ocasión Ra lloró
y sus lágrimas se convirtieron en abejas al llegar
al suelo. La abeja fue utilizada como símbolo real,
y representaba al Bajo Egipto (mientras que el junco lo era
del Alto Egipto; es habitual encontrar ambos símbolos
unidos; fig. 17),
donde la corona terminó denominandose bit, así
como el propio rey. En ocasiones la abeja aparece sin cabeza
para conseguir una imagen inofensiva (se consideraba que picaban
con la cabeza) (fig. 19b).
Constituyó igualmente un símbolo de los iniciados
y de la sabiduría, como las hormigas (en una suerte
de coincidencia filogenético-cultural) (fig.19a).
La apicultura era bien conocida por los egipcios (fig.
18). Es preciso tener muy presente la extraordinaria
importancia de la miel en las culturas anteriores al siglo
XVI (momento en que se produjo el auge del cultivo de caña
de azucar). El sabor dulce significa que el alimento está
maduro y en condiciones de ser ingerido. La miel y sus productoras,
las abejas, han tenido por ello un papel destacado en casi
todas las culturas antiguas y no es extraño que las
primeras formas de ganadería tuvieran que ver con las
abejas. La miel silvestre ha sido considerada en muchas culturas,
desde Mali a los pueblos celtas como el alimento de los dioses.
Como todos los animales peligrosos el escorpión recibió
en Egipto una veneración divina (figs.
23-25). Representaba junto a la serpiente una encarnación
de las potencias del caos amenazantes del orden del mundo.
Sin embargo, si se podían dominar resultaban beneficiosos.
Tal vez por ello se llevaban pequeños amuletos en el
periodo Arcaico, posiblemente como protección. El escorpión
era ya previamente conocido como signo zodiacal (fig.
25). Inicialmente fue asociado a un rey –denominado
Rey Escorpión–, aunque posteriormente sus poderes
fueron asociados a la diosa Selket (fig.
23-24), protectora de nacimientos y de los cadáveres
momificados durante el enterramiento. Existen varias leyendas
sobre el tema. Los halcones (representación del dios
Horus) eran venerados en Egipto porque se alimentaban de escorpiones,
así que su destrucción resultaba ser un acto
benéfico. El mito del escorpión ha sido abordado
recientemente en Monzón & Blasco (1995, 1996).
Junto al escorpión, la araña jugó un
papel poco conocido pero fundamental. Era el símbolo
de la diosa Neith, la ‘madre de los dioses’ (fig.
22). Como en Mesopotamia, las representaciones de
la araña son prácticamente inexistentes a pesar
de ser un símbolo destacado y de la extraordinaria
productividad de los artistas egipcios. El culto a esta diosa
es muy antiguo y se remonta al periodo Predinástico
(finales del V milenio-3200 a. C) en la región del
delta del Nilo. En la ciudad de Esna es representada en ocasiones
con el pez Lates. Sus atributos era el arco, las flechas y
el escudo. Al igual que en las culturas mesopotámicas,
la araña terminó convertida en mito creador,
primero como Madre de Ra, luego como madre de todos los dioses
y por último ‘creadora del semen de los hombres
y los dioses’, y asociado a la fertilidad, además
de a la caza y a la guerra. Esta ambivalencia vida-muerte
está presente en sus títulos: ‘amamantadora
de cocodrilos’ y ‘la Terrorífica’,
es decir, tierna madre y monstruo feroz. Es también
una divinidad funeraria, una de las guardianas de los vasos
Canopes y quien ofrecía los vendajes para el cuerpo
del difunto. Fue considerada también la inventora del
tejido y patrona de las hilanderas. Con todos estos atributos
parece evidente la relación de Neith con la araña
en sus múltiples facetas de divinidad creadora, experta
cazadora/guerrera y consumada tejedora.
Aunque como simple hipótesis, es curioso que un animal
cuya característica más destacable es su capacidad
para construir telas y, por tanto, para predar sobre otros
invertebrados sea nombrado guardián de los vasos donde
se introducían las vísceras más importantes
del difunto. No puedo quitarme de la cabeza que las moscas
y otros necrófagos debían sentirse atraídos
hacia estos lugares y, por tanto, que debía ser vista
con muy buenos ojos la actividad de las arañas como
aparentes defensoras de los restos. Selket –el escorpión,
otro gran depredador de insectos– era también
guardián de los vasos Canopes.
En Melic (1997a) se recogen otros artrópodos menos
conocidos pero igualmente presentes en los jeroglíficos
e iconografía egipcios. Entre ellos, son destacables,
por ejemplo, el ciempiés (fig.
20). En textos incritos en las pirámides se
dice que ‘la serpiente pertenece al cielo y el ciempiés
a la tierra’. La relación entre patas y suelo
parece evidente. Con tal número de extreminades, se
es necesariamente terrestre. En Heliópolis se veneraba
al dios Sepa bajo el nombre del ciempiés y se le invocaba
contra los animales malignos y los enemigos de los dioses.
El ciempiés ha sido venerado en diversas culturas (por
ejemplo, la Maya). Langostas, libélulas y mariposas
(especialmente la primera) aparecen en algunos relieves, pero
generalmente como simples elementos ornamentales (figs.
21, 27, 28, 29).
La langosta, sin embargo, debió tener una cierta importancia,
especialmente por su presencia como plaga. Existen también
referencias al cangrejo, directamente relacionadas con los
signos zodiacales.
Una de las representaciones más antiguas que se conocen
del Zodiaco fue hallada en Egipto incluyendo la imagen del
crustaceo junto al escorpión (figs.
25-26). Dos insectos más tienen una cierta
importancia. La hormiga era símbolo del conocimiento
o la inteligencia, porque el animal encuentra todo lo que
el hombre esconde cuidadosamente y al contrario que otros
animales jamas se equivoca al volver al nido. La hormiga es
símbolo del iniciado que llega al conocimiento de lo
que los sacerdotes esconden al vulgo. Curiosamente, la etimología
de ‘hormiga’ tiene que ver con el verbo circuncidar
y así los iniciados en las doctrinas secretas de los
sacerdotes eran circundidados, del mismo modo que las hormigas
circuncidan la extremidad de las espigas para sacar el grano.
Por último, la mosca está también presente,
algo bastante insólito, pues a pesar de su vecindad
constante con el hombre en muy raras ocasiones ha formado
parte de su patrimonio mítico o artístico.
Aunque existe constancia en estas civilizaciones de la presencia
de enfermedades graves, como el tracoma, productor de ceguera,
la mosca tenía carácter de amuleto protector
(fig. 30). Un mago
amenaza en un texto: ‘penetro en tu cuerpo como mosca
y veo tu cuerpo por dentro’, lo que implica que conocían
aspectos de la biología del díptero, algo nada
extraño en una civilización tan vinculada con
la muerte y los ritos funerarios. También aparece como
símbolo de valentía, porque no son fáciles
de ahuyentar. Así a los soldados que habían
mostrado sus buenas cualidades en el campo de batalla se les
condecoraba con una mosca de oro.
Abejas
cretenses y mariposas griegas
La
civilización cretense se halla inmersa dentro de la
vasta cultura Griega, pero tiene algunas características
propias.
Aproximadamente hacia el 1.400 a. C. en la isla de Creta se
adoró a Melisa, diosa de las abejas y las flores, representada
como una abeja con los brazos, pechos y cabeza de mujer (fig.
31). Estaba relacionada con los Misterios de Éfeso
y Eleusi, donde las sacerdotisas eran llamadas ‘abejas’
y el sumo sacerdote, ‘rey’, palabra que era utilizada
para designar a la ‘reina’ de las abejas (figs.
32-33). Resulta especialmente significativa la relación
insecto-flor que se produce a través de la diosa Melisa
en claro reconocimiento al vínculo natural, pero también
destaca dentro del pensamiento griego el reconocimiento explícito
de la complejidad de la organización social de la abeja
(algo ya señalado indirectamente en la tradición
egipcia, que consideraba a los insectos sociales como la abeja
y la hormiga un símbolo de la sabiduria y el conocimiento).
Los griegos compararon frecuentemente sus sociedades y las
humanas y no es de extrañar que fueran éstos
los inventores de términos como ‘reina’,
‘obrera’, etc, como proyección de las categorías
sociales a las colmenas. Las casas comunales prehistóricas
de la isla de Creta mostraban una estructura semejante a la
de la colmena.
La presencia de insectos en el arte griego quedó ampliamente
recogida en el libro Greek Insects de Davis & Kathitithamby
(1986). Bellés (1997a) y Moret (1997) han complementado
esos resultados. El arte y mitología griegos recoge
un número amplio de referencias artrópodas.
No obstante, resulta un tanto pobre en relación a antecedentes
tan extensos como el mundo egipcio, especialmente ante la
vastedad de los temas tratados en la cultura griega. Sin embargo,
es destacable el desarrollo de los conocimientos zoológicos
gracias a Aristóteles, a quien podemos considerar el
primer entomólogo de la historia. Las manifestaciones
artísticas con artrópodos incluyen, por supuesto,
obras literarias y no sólo científicas. Por
ejemplo, las fabulas de Esopo o las satiras de Aristófanes
(Las Avispas, Las Moscas) en las que los jueces son comparados
con avispas y sus sentencias con aguijones. Homero incluye
referencias a varios tipos de himenópteros diferentes,
lo que implica un cierto conocimiento de la vida de los insectos.
Los griegos bautizaron a varios centenares de artrópodos.
Bellés (1997a) seleccionó y comentó varios
ejemplos de iconografía entomológica griega
y Moret (1997) hizo otro tanto con un ejemplo perfecto del
amplio nivel de observación del artista que representó
a dos avispas Polistes practicando complejos comportamientos
(denominado trophallaxis) consistente en compartir una gotita
de alimento regurgitado. Moret (1997) también llamó
la atención sobre ciertos ritos que relacionan a Zeus,
al menos en las mitologías más primitivas, con
el escarabajo coprófago, tal vez como reminiscencia
de la mitología egipcia. Además de ciertas figuras
de barro cocido minoicas que representaban a Copris, aparecen
himnos invocadores de Zeus en términos de: ‘Zeus
¡tú el más glorioso y el mayor de los
dioses, tú que te vistes del estiércol de oveja,
de caballo y de mula!’. Posteriormente esta relación
se fue perdiendo.
Las ilustraciones de insectos en cerámicas griegas
son escasas. La vasija de la fig.
34 (que sirvió de portada al volumen ‘Los
artrópodos y el Hombre’) ilustra una avispa en
el escudo de un guerrero. Era un símbolo de la ferocidad
de estos animales que se pretendía trasladar a los
soldados. Recordemos que los avisperos eran utilizados como
arma de batalla, lanzados sobre las tropas enemigas en toneles
que se destrozaban y de los que emergían ordas enfurecidas
que les hacía huir. En general, todos los artrópodos
venenosos han sido vinculados a la guerra y/o la caza. Es
el caso del escorpión, de la araña y de la avispa.
Pueden citarse ejemplos de otros artrópodos en cerámicas,
escultura, etc, como langostas, abejas o incluso animales
fabulosos (como el formicoleón, imposible simbiosis
de un cuerpo de hormiga y una cabeza leonina).
No
obstante, un insecto parece jugar un papel destacado dentro
de las creencias griegas. Se trata de la mariposa, insecto
que ha tenido dos tipos de significados. Inicialmente, por
ejemplo en Micenas, fue considerada un símbolo de la
Diosa Madre aunque posteriormente este vínculo fue
relajándose (fig. 35)
o simplemente reinterpretado por razones un tanto oscuras.
Un buen número de arqueólogos e historiadores
sostienen desde hace varias décadas que el antiguo
culto de la diosa-madre (al que responderían los modelos
de Atargatis/Ishtar y Neith de Mesopotamia y Egipto, respectivamente)
fue derrocado por una mitología masculina, a través
de la fuerza o de la simple competencia.
La fig. 38, en la que
aparece el símbolo de la doble hacha en una vasija
cretense, puede ser un buen ejemplo de esta corriente profunda.
La interpretación de algunos arqueólogos (por
ejemplo, Gimbutas, 1989; Gimbutas & Marler, 1991) es que
este símbolo representa a la diosa-madre o diosa-universal,
un mito antiquísimo que duró desde el Neolítico
hasta el segundo milenio a. C. en el Mediterráneo y
que encuentra su mejor expresión en las figuras asociadas
a la fertilidad (venus de grandes pechos y caderas). A partir
de entonces se iría produciendo una paulatina apropiación
de los poderes femeninos por los masculinos y la sustitución
de muchos símbolos. La doble hacha parece ser una figura
evolucionada (¿masculinizada?) de uno de los símbolos
propios de la diosa: la mariposa. Lo cierto es que la asociación
de la mariposa con la Gran Madre sólo puede rastrearse
en las etapas más antiguas de la mitología griegas.
Luego tiende a desaparecer. Pero la mariposa no perdió
su rica carga simbólica y fue considerada el vehículo
del alma después de la muerte. A ello ha contribuido
su vuelo indeciso y vacilante, la nocturnidad de muchas de
sus especies y, por tanto, su relación con los espectros
nocturnos y especialmente su metamorfosis, de crisálida,
rígida e inmóvil como un cadáver a un
adulto volador, que sería el alma liberada. Su nombre,
Psiche, de hecho, significa ‘alma’ y la palabra
es utilizada para designar ambas cosas, alma y mariposa (Gil
Fernández, 1959; Moret, 1997).
Esta percepción permanece en la mitología cristiana,
como el alma abandonando el cuerpo tras la muerte. Pero también
en culturas tan dispares como la Maya, para quienes las mariposas
eran las almas de guerreros y parturientas muertas en su camino
al cielo Tlalocán; o entre los aborígenes australianos
quienes las consideran el retorno de los espíritus
de los muertos. Para los mahoríes de Nueva Zelanda
representa la inmortalidad (a pesar de que son animales que
viven muy poco tiempo). En todo caso, el papel de la mariposa
como símbolo suele ser ciertamente complejo (ver, por
ejemplo, Grustán, 1997) y encierra connotaciones tanto
positivas como negativas.
Una de las más insospechadas relaciones de la mariposa-alma
es con el sexo y el semen. El nombre antiguo de ‘mariposa’
era phallaina, que viene de phallos, es decir, falo (Moret,
1997). Esta relación entre mariposa y falo queda patente
en la vasija de la ilustración (fig.
36), en la que una mariposa revoltea bajo las gotas
de semen de uno de los personajes. Y es que si la mariposa
es un animal ansioso de vida ¿qué mejor líquido
para ser libado? Su relación en la época minoica
con la Gran Madre (y, por lo tanto, con la fertilidad) ratifica
esta asociación. La condición de espectro o
fantasma vincula a la mariposa con el lado oscuro y tenebroso
más profundo de nuestra mente. Las mitologías
germánicas son rotundas a este respecto. Sílfides,
hadas, seres mágicos del bosque son entidades básicamente
iguales a almas vagantes o en pena. Las Hadas, cuya ‘ecología’
tiene muchas similitudes con las de las mariposas nocturnas
(Grustán, 1997), son consideradas en muchas culturas
como las almas de niños muertos no bautizados o bien
como ángeles neutros que no conocen el cielo pero no
han hecho nada para merecer el infierno (fig.
37, 39).
Igualmente son seres elementales asociados a demonios. Pueden
ser mágicas, pero tienen un lado tenebroso y malvado.
Lucifer tiene una marca de mariposa y en centroeuropa existen
incluso festividades señaladas (por ejemplo, 22 de
febrero en Westfalia) en la que se realizan
aun hoy en día ritos de expulsión de polillas...
pues son augurio de calamidades y malos presagios. ¿Y
qué decir de aquellas especies tocadas con símbolos
especialmente lúgubres? Acherontia atropos presenta
el símbolo de la calavera en su tórax (figs.
42-43). Sólo puede ser, pues, heraldo de la
muerte. Hay otras especies americanas similares y la etimología
de los Lepidopteros está plagada de referencias cargadas
de connotaciones negativas. Ambas ideas, alma/muerte y sexo,
tienen razones para convivir.
La calavera subrealista de mujeres desnudas de Dalí
las refunde y confunde (fig.
43). Es una dualidad tan drástica como la existencia
de dos grandes grupos de lepidópteros, los diurnos
(Rophalocera) y los nocturnos (Heterocera). Los primeros,
seres coloridos, deslumbrantes, trasunto de la traidora y
voluble belleza, son la ‘mujer pintarrajeada’,
la prostituta o la geisha. Amor falso e inconstante, aunque
deslumbrante. Los últimos, morosos en sus colores (¿quién
los precisa en lo más tenebroso de la noche?), no pueden
ser sino entidades amenazadoras, hostiles y malignas. O Xochiquétzal
e Itzpapalotl, las dos divinidades lepidopterológicas
entre los Mayas, del otro lado del océano.
Un animal que guarda cierta semejanza simbólica con
la mariposa griega es la cigarra, como consecuencia de su
retorno del mundo bajo tierra, en el que pasan largos periodos,
para emerger aladas, liberadas. Retorno e inmortalidad son
dos ideas asociadas. Lo curioso es que, de nuevo, aparece
un hilo que relaciona a este animal con eros y el sexo, incluso
en algunos diálogos platónicos. La dialéctica
como instrumento de Eros, o la canción de la cigarra
como llamada sexual.
Una referencia clásica de la cultura helena es la leyenda
de Aracné en la que una doncella lidia es convertida
por la celosa diosa Atenea en araña y condenada a tejer
etermanente (figs. 40-41).
Todo comenzó como una apuesta entre la diosa y la joven,
una auténtica artista en el arte de tejer. Aracné
se mofó de la diosa y la retó a un concurso
de tapices. Atenea preparó el suyo (relativo a la ciudad
de Atenas) pero Aracné usó su habilidad para
representar escenas muy realistas de las infidelidades de
Zeus. A pesar del aparente éxito de Aracné,
Atenea tocó la frente de la muchacha y ésta
se arrepintió de haberse burlado de los dioses. Inmediatamente
después se suicidó, pero Atenea se apiadó
y le devolvió la vida. Eso sí, convertida en
araña. El mito parece tener una función de tipo
moralizante: no es conveniente molestar a los dioses. Ahí
parece acabar todo.
Realmente siempre me ha llamado la atención el hecho
de que una mitología tan omnívora y rica como
la griega no incluyera referencias más amplias a la
figura de la araña. Sin embargo, esta carencia es más
aparente que real. Este mito menor es la clave. Atenea es
una de las diosas más poderosas de la mitología
griega (entre otras cosas, porque nació de la cabeza
del mismísimo Zeus). Casi siempre es representada con
coraza y diversas armas en su calidad de figura militar y
gran consejera (fig. 40).
Es una divinidad asociada directamente a la guerra, pero también
a la sabiduría y la astucia (emergió de la cabeza
de Zeus y es consejera militar).
De nuevo están presentes dos de los elementos clásicos
asociados a la figura de la araña en Egipto y Mesopotamia.
Pero además Atenea era considerada diosa de las artes
y la habilidad. Junto a Hefestos, era la protectora de los
oficios y de las actividades domésticas tradicionalmente
femeninas como hilar y tejer (de ahí que Aracné
retara a Atenea y no a otras divinidades: se quiso medir con
la diosa del hilado). Lo que sí parece faltar en la
mitología griega son las referencias a la creación
y la fertilidad, aunque para algunos autores (p.e., Herodoto,
o Graves, 1980, 2001), Atenea es una forma importada y ‘evolucionada’
de la egipcia Neith.
Atenea, aun siendo protectora de las actividades de las mujeres
casadas, era considerada virgen y soltera, pero ello no debe
representar un problema. Las mitologías antiguas convertían
en divinidades guerreras a diosas vírgenes o no casadas.
Pero además, el acto creador de la araña es
ciertamente singular. La fertilidad del animal no está
relacionada con la cópula con el macho (habitualmente
más pequeños, menos visibles pues se dedican
a corretear buscando hembras, y de vida mucho más breve),
ni con la puesta.
La creación araneológica es un acto aparentemente
asexuado, pues su obra es la tela, el cosmos, que emerge de
sí misma. Virgen y Madre, incluso en religiones modernas,
son estados perfectamente complementarios. No obstante, los
mitos de la creación helenos son bastante confusos.
De hecho, existen varias versiones enfrentadas en los textos
clásicos. En uno de ellos, por cierto que ateniense
(Atenea, además de dar nombre a la ciudad, era su protectora),
relativo a los orígenes de la humanidad, aparece la
figura de la diosa como protagonista indirecta. El dios Hefesto
intentó violar a Atenea, que lo rechazó. Hefesto
eyaculó sobre el muslo de la diosa, quien limpió
el semen con un trozo de lana (otro tejido, como la seda)
y lo tiró al suelo, asqueada. Del trozo de lana nació
Erectonio, futuro rey de Atenas. Un hombre, pues, nacido de
la tierra. Atenea no creó a los dioses, pero sí
a todo un rey ateniense.
Chinches
acuáticos iberos
Otros
muchos pueblos mediterráneos han manejado imaginería
artrópoda en sus manifestaciones. Los Iberos son posiblemente
uno de los más curiosos por sus motivos decorativos.
Moret (1996) nos brindó buenos ejemplos de su arte.
El pueblo Ibero residió al final de la edad de Hierro
en el Sureste de España (Murcia, Aliante, Albacete,
Valencia) y decoraban sus cerámicas con motivos geométricos.
Éstos son apenas los únicos registros que nos
han quedado de sus creencias y prácticas artísticas.
Aparecían vegetales y algunos animales comunes a otras
iconografías (lobos, aguilas, serpientes... y el conejo,
endémico del sureste). La representación no
era realista, sino muy esquemática, con fines simplemente
espirituales o simbólicos.
La presencia de representaciones de insectos en el arte ibero
es un fenómeno singular. Los griegos, considerados
sus maestros por los arqueólogos, y como ya hemos visto,
introducían relativamente pocos insectos en sus cerámicas.
Los chinches acuáticos o ‘zapateros’ son
su motivo más pintoresco y repetido. La figura geométrica
del ‘zapatero’ ha sido interpretada, no obstante,
de diversas formas: como un rayo jupiterino, como un esquema
antropomórfico o como un monograma simbólico,
además de como un insecto acuático. Las dudas
surgen de la diversidad de situaciones en que aparece: junto
a un guerrero, flotando entre las patas de un caballo o perseguido
por un pez (fig. 44).
No es habitual que los artrópodos aparezcan por sí
mismos en las representaciones artísticas. En general
o tienen un significado religioso (divinidades, actos propiciatorios)
o son simples motivos simbólicos, alegóricos.
A veces sin embargo surge la excepción y el caso de
los zapateros puede ser uno de ellos. Moret (1996) señala
otros ejemplos dentro de la cultura Ibera: en la fig.
45 puede verse a un mosquito o tábano
succionando a un pájaro, lo que implica una sensibilidad
especial de los Iberos ante los artrópodos (o algunos
de ellos), algo que contrasta –y mucho– con la
de culturas previas (y posteriores). Aunque siempre hay excepciones.
Los romanos apenas realizan aportaciones significativas a
la iconografía artrópoda. Las principales hay
que buscarlas en textos escritos como los de Plinio y Claudio
Eliano, que no obstante tienen más de obra enciclopédica,
sistematizadora, pero meramente recopilatoria, que de investigación
novedosa. Algo así ocurre con las restantes artes plásticas.
Después, en el área circunmediterránea,
las cosas tendieron a empeorar para la entomología
cultural. No faltaron, aquí y allá, motivos,
referencias, mitos o supersticiones, pero los artrópodos
desaparecieron de los primeros puestos en la jerarquía
mitológica y de las preferencias estéticas.
La expansión del cristianismo y otras religiones monoteístas
fue un elemento importante, esencial, en la erradicación
de las zoolatrías previas y el paganismo, así
como en la restricción en el uso de motivos alegóricos
y simbólicos. Los libros sagrados (la Biblia, el Corán)
incluyen referencias a los artrópodos pero suelen ser
escasas y profundamente negativas. La más clásica
es la visión de los insectos como plagas. Recordemos
las bíblicas de Egipto: langostas (octava), mosquitos
y tábanos (tercera y cuarta) y las presentes en el
Corán, donde solo aparecen cinco, de langostas y piojos.
Las creencias relacionadas con artrópodos pasaron a
la división de meras supersticiones y con el tiempo,
se fue perdiendo gran parte del simbolismo y magia asociados
a insectos y arácnidos, aunque, por suerte, nunca ha
desaparecido por completo.
Cigarras
y grillos orientales
La
impresionante civilización china es imposible de condensar
en unas pocas líneas. Por suerte, no lo pretendemos,
pero su gigantismo y duración hacen difícil
la búsqueda y selección de algunos ejemplos
que puedan ilustrar el papel de los artrópodos en su
cultura. Es preciso comenzar destacando el papel de los insectos
desde el punto de vista de la entomología aplicada.
China fue el primer pueblo en utilizar la seda de Bombyx mori
(‘gusano de seda’), al menos en el 2.600 a.C.
Al parecer fue una emperatriz la que se interesó por
el asunto (Si-lung-chi), de tal modo que este insecto llegó
a afectar seriamente a la historia económica del imperio
durante muchos siglos. Tan importante llegó a ser el
comercio de la seda que estaba prohibido sacar de China los
huevos o las orugas y arrancar una ‘morera’ era
castigado con la muerte (fig.
50).
Pero además de inventar la sericicultura (incluida
la araneicultura), China fue una pionera en la lucha contra
las plagas a través del control biológico mediante
insectos depredadores. En el s. III a. C. se vendían
nidos de Oecophylla smaragdina (una hormiga) en los mercados
para controlar las plagas de cítricos. El uso de tintes,
la farmacopea entomológica o el primer relato del que
se tenga constancia relacionado con la entomología
forense son también de origen chino. Teniendo en cuenta
estos antecedentes sería de esperar que los ejemplos
de insectos en las artes y en la mitología fuera rico
y extenso. Sin embargo, no es el caso. En primer lugar, la
entomología cultural no se ha ocupado muy a menudo
de los ritos y tradiciones asiáticas, incluyendo China.
Todavía están por redactarse trabajos extensos
sobre la etnoentomología del sur y sureste asiáticos,
así como de Asia continental. Y en segundo lugar, las
peculiaridades de las religiones imperantes, el taoísmo
y el confucionismo, y de la filosofía china (con frecuencia,
entremezclada con la religión) no permiten esperar
grandes sorpresas en forma de representaciones o mitos-artrópodos.
Sin embargo, esa misma ideología, profundamente espiritual,
armoniosa e integradora del hombre respecto a la naturaleza,
unida a la importancia del conocimiento defendida por las
religiones, ofrece como resultado una extraordinaria sensibilidad
de la cultura china frente a los insectos y otros pequeños
organismos. Por tanto, es posible rastrear la presencia de
bellas mariposas en cerámica y otros objetos, ortópteros
en cuentos y poemas de hace casi 2.000 años, leyendas
sobre cigarras y otras referencias (figs.
46-48). Vamos a ocuparnos de algunos casos especiales.
Un ejemplo destacable es el de los grillos, considerados cantores
extraordinarios. Existen múltiples documentos escritos,
incluso anteriores al 500 a. C., en los que se alaban las
poderosas melodías de los grillos. En la dinastía
Tang (618 - 906 d. C.) el aprecio se transformó en
industria, extendiéndose la costumbre de enjaular grillos
(y algunos otros insectos cantores) en jaulas de todo tipo
que eran vendidas en los mercados. Actualmente todavía
se mantiene esta tradición que dió origen a
una amplia gama de objetos decorativos en los que mantener
en cautividad al animal y a toda una profesión de comercio
ambulante. La pasión por los grillos fue en aumento
y ello dió origen a la redacción de manuales
de crianza, cuidado y construcción de jaulas, pero
también a la celebración de eventos ‘deportivos’
como la lucha de grillos, que llegó a ser un juego
muy popular al bordear el cambio del primer milenio y que,
desde entonces, se ha mantenido incluso de forma clandestina
(por ejemplo, en la dinastía Qing, o en plena Revolución
Cultural). No faltan textos de gran antigüedad, pero
también modernos, sobre este deporte nacional chino
(fig. 46) (Jin,
1994).
Las cigarras son otro insecto muy presente en las artes y
leyendas chinas, asumiendo un papel parecido al de la mariposa
en la cultura griega. La cigarra, su complejo ciclo biológico
y una metamorfosis ciertamente aparatosa, brinda al budismo
magníficas similitudes para enseñar su doctrina.
La cigarra es símbolo del renacimiento y la arrugada
muda que da pie al adulto alado, espléndida parábola
de nueva reencarnación. Así, no es de extrañar
que una tradición muy antigua consistiera en introducir
en la boca del difunto una cigarra. Lo realmente asombroso
es que esta práctica se diera también entre
los mayas (Needham, 1971).
No faltan referencias a otros insectos. La mariposa, por ejemplo,
representa la inmortalidad (la imagen de una mariposa y una
flor de ciruelo era considerado un símbolo de ‘larga
vida’). Dos mariposas juntas significan un matrimonio
feliz. Al mismo tiempo, la mariposa era considerado un símbolo
imperial. La abeja, por contra, y en contra de otras tradiciones,
fue considerada un sinónimo de veleidad. Otro himenóptero,
la hormiga, simbolizó el trabajo duro, la diligencia,
el patriotismo y la vida en comunidad. La langosta marina
aparece a los pies del Bodhisattva Kuan Yin como símbolo
de propseridad y riqueza.
Aparcando un instante la taxonomía entomológica,
es oportuno señalar otros aspectos relacionados con
la disciplina y abordados por los chinos. Merece la pena recordar
aquí el libro de las Transformaciones de Chuang-Tsu,
contemporáneo de Aristóteles y autor además
de un cuento breve muy conocido cuya protagonista accidental
es una maripoda: ‘Soñé que era una mariposa;
después me desperté y era Chuang-Tsu. ¿Quién
soy? ¿Una mariposa que sueña ser Chuang-Tsu
o Chuang-Tsu que sueña ser una mariposa?’. El
texto sobre las Transformaciones es uno de los más
antiguos en reconocer —o tal vez intuir— la naturaleza
cambiante de la materia viva y la relación directa,
‘filogenética’ podríamos decir,
entre todos los organismos (incluyendo, eso sí, algunos
fantásticos o mitológicos; fig.
51). Numerosos textos de carácter científico
(o protocientífico) incluyen representaciones artísticas
de artrópodos (figs.
52-54).
La entomología cultural de otros países del
sur y este asiáticos es también muy mal conocida.
Apenas existen análisis sobre el papel de los artrópodos.
Las menciones son aisladas. Las mariposas son un frecuente
motivo decorativo en Japón, aunque representa a la
geisha y por tanto a la mujer vanidosa y al falso amor. El
país cuenta como símbolo nacional con un odonato
(Japón es conocida como la ‘isla de la libélula’).
Ello no evita que a consecuencia de su vuelo sean considerados
un símbolo de la incertidumbre e inestabilidad. Hay
referencias también al uso de élitros de bupréstidos
en adornos imperiales, a la existencia de una ‘cultura
del grillo’ y otra de la ‘seda’ similares
a la de China y a múltiples ‘arañas gigantes
venenosas’ con las que tienen que enfrentarse algunos
héroes (Kintaro, Kumo, Reiko, Tawara, etc.), aunque
también es cierto que uno de los más enigmáticos
dioses japoneses (Inari, hombre y mujer al mismo tiempo),
adopta la forma de araña y, a pesar de ello, es considerado
un símbolo de prosperidad y amistad.
También existe una mujer-araña que atrapa y
enreda a los viajeros incautos. Las mariposas, además
de motivos decorativos habituales representan la alegría.
Por su parte, un crustáceo, la langosta marina era
signo de buen augurio y regalo obligado en la festividad de
Nuevo Año. El ciempiés tenía también
una cierta significación (fig.
49). La India y otros países incluyen entre
sus leyendas a entidades que son o tienen apariencia parcial
de artrópodos. El cangrejo juega un papel interesante
relacionado con el sueño de la muerte entre diferentes
reencarnaciones. Es curioso que el cangrejo sea un animal
con ‘mala prensa’ en gran parte de las culturas
que lo consideran, a pesar de ser un signo zodiacal. Así
es símbolo del engaño y la evasión (como
consecuencia de su andar lateral) o del mal en algunos lugares
de África. Entre los hindúes, la abeja recupera
su esplendor y deviene signo de Kama, la diosa del amor. Los
hindues y budistas desconfían de la araña pues
la consideran la tejedora de la trama de las ilusiones. O
la araña, tejedora del mundo, donde los seres quedan
aprisionados, regresando después, inmóvil, a
su centro. Como ejemplos de iconografía de otros países
asiáticos pueden verse las figs.
55-61 procedente de India e Indonesia.
En general, Oriente no ha destacado por las referencias artrópodas
en su mitología. Las razones pueden estar relacionadas
con sus creencias respecto a la reencarnación o retorno.
Recordemos que el peor destino posible para un alma era volver
como invertebrado (o como un pequeño animal), especialmente
en el caso de insectos de vida efímera que nacen y
mueren en un solo día y que, en consecuencia, no tienen
tiempo de producir un ‘karma’ capaz de permitirles
un renacimiento mejor. Ello daba lugar a una serie de renacimientos
sucesivos e inútiles, un infinito laberinto del que
difícilmente se podía escapar. Lo odioso del
renacimiento ‘artrópodo’ puede verse, desde
ojos europeos, en La Metamorfosis de Kafka...
Mantis
africanas
África,
más que ningún otro continente, es una amasijo
de culturas, lenguas y religiones. Es prácticamente
imposible abordarla como unidad, ni siquiera en un tema tan
puntual como la mitología entomológica. A ello
deben sumarse dos problemas prácticos: una tradición
fundamentalmente oral y la tendencia al uso de materiales
poco duraderos en muchas de sus manifestaciones artísticas.
Todo ello complica el rastreo etnoentomológico y no
es de extrañar que, realmente, apenas existan antecedentes
serios y documentados (fig.
62).
De nuevo, como en el caso de Asia (pero también del
Pacífico), existen multitud de referencias aisladas,
datos o iconografías puntuales y personajes artrópodos
en leyendas más o menos locales. No obstante, vamos
a referirnos a dos casos concretos que pueden considerarse
razonablemente extendidos. Antes es interesante destacar un
curioso mito de la tribu Alur que explica el origen de los
insectos plaga y venenosos. Al principio estaban todos ellos
metidos en tinajas en el cielo. Como las tinajas estaban tapadas,
no molestaban. Un día llegaron allí unos viajeros
hambrientos que destaparon todas las vasijas en busca de alimentos.
Los insectos escaparon y los viajeros tuvieron que salir huyendo
hacia la Tierra. Pero aquellos les siguieron y... lo demás,
ya es conocido. Para los Alur los culpables de la existencia
de plagas somos los humanos. Como así es, en muchos
casos. Los monocultivos son elementos perturbadores del equilibrio
ecológico (plagas artificiales de plantas) que producen
respuestas drásticas en la Naturaleza en forma de explosiones
demográficas de fitófagos. Dudo que la leyenda
Alur haga referencia a estas circunstancias, pero ninguna
idea puede descartarse de modo definitivo.
Anansi es un mito muy popular en África Central y Occidental.
Es una araña o hombre-araña con varios significados,
en ocasiones, perfectamente simultáneos. Por un lado
está íntimamente relacionado con el mito de
la creación del mundo. Por otro, juega un papel destacado
en momentos clave relacionados con la salvación del
hombre. Por último, representa a la figura del embustero
o héroe bribón protagonista de relatos con moraleja,
cuentos y otro tipo de enseñanzas. Anansi es hija es
Nyame y es considerada la creadora del sol, la luna y las
estrellas y es quien instituye la sucesión del día
y la noche. También creó al primer hombre, cuya
vida fue insuflada por Nyame. Entre las facultades otorgadas
por Nyame a Anansi se cuentan traer la lluvia cuando el bosque
se incendia y determinar los límites de océanos
y ríos cuando diluvia.
Las coincidencias con mitologías previas, además
de la evidente función creadora, van más allá:
por extraños caminos, tal vez simplemente accidentales,
araña y agua resultan emparejadas de nuevo. Neith,
la diosa-madre egipcia cuyos símbolos eran el pez y
la araña, contaba entre sus títulos la de señora
de los mares primordiales; Anansi fija los límites
de los mares y los ríos... Otro elemento que resulta
significativo es la vinculación entre el hilo (de la
tela) y el papel de interlocutor (o hilo conductor) entre
la divinidad superior, Nyame, y los hombres, lo que se pone
de manifiesto especialmente en los mitos relacionados con
la salvación humana a través de la intermediación
arácnida.
Pero hemos citado otros papeles. Anansi asume el de animal
astuto capaz de vencer con su inteligencia a otros mayores
o, incluso, a ciertos demonios y divinidades. Una de las leyendas
más extendidas es el robo del fuego a alguna entidad
superior y su entrega a los hombres. En África Oriental,
la ladrona es Anansi; en las praderas norteamericanas, Mujer-Araña
hace lo mismo con los dioses. La leyenda es idéntica,
como lo es la capacidad creadora o la dualidad del personaje
como divinidad-embaucador. Aunque el mito de Anansi ha sido
localizado igualmente en Carolina del Sur (corrompido como
‘Miss Nancy’) o el Caribe (‘Anency’)
a consecuencia del tráfico de esclavos africanos en
siglos recientes, las leyendas americanas tienen una antigüedad
muy superior a la llegada de los esclavos, así que
las coincidencias no son una simple contaminación mitológica.
El segundo animal ‘africano’ es la mantis. Los
Pueblos Koisán, que incluyen a los ‘hotentotes’
y a los San o bosquimanos, entre otros, disponen de una mitología
muy relacionada con los animales salvajes y, entre ellos,
uno de los más importantes es la mantis, quien trajo
el fuego a la humanidad tras habérselo robado al avestruz
e inventó las palabras (tal vez, en esencia, sea el
mismo acto). Roger Caillois (1938) dedicó un libro
impagable al estudio del mito de la mantis. La mantis aparece
como animal primigenio y símbolo del instinto animal
(una idea que llegó a obsesionar a los subrealistas
como esencia del comportamiento automático). La mantis
es uno de los pocos insectos que puede mover la cabeza y seguirte
con la vista; es también un animal ‘mecánico’,
compuesto de elementos (como todo artrópodo, por definición),
hasta tal punto que el macho prosigue infatigable su cópula
mortal mientras es devorado por la hembra, como si las distintas
partes de su cuerpo actuarán con absoluta independencia
y voluntad propia, instintiva, ‘mecánicamente’.
Este comportamiento, no debió pasar desapercibido y,
para Caillois y los subrealistas, fue un auténtico
icono del que emergen innumerables connotaciones intelectuales,
sicológicas, simbólicas y artísticas.
Por ejemplo, la relación entre voluptuosidad sexual
y alimentación o canibalismo, o sexo y comida como
dos caras de una misma moneda; o la ‘vagina castradora’
(esas terribles patas con ‘dientes’....) cuya
forma más extendida es la del espectro o mujer fantasma
devoradora de hombres, femme fatal. De nuevo, sexo y muerte
unidos. Recordemos que esta combinación comienza a
ser reiterativa, arquetípica: la tenue mariposa entre
los griegos es buscona infatigable de licores vitales y al
tiempo hada peligrosa, o la fiera araña, diosa guerrera
y madre promiscua, entre los sumerios y egipcios. Dalí,
Buñuel, Max Ernst sacaron partido a esta mezcla explosiva
en diversas obras durante el siglo XX (ver fig.
103-104). Y el psicoanálisis tampoco perdió
su oportunidad de aportar algunos conceptos e interpretaciones.
La mantis también gozo de algunos significados en otras
culturas (aunque nunca tan importantes como en África)
(fig. 63). En China
representaba la codicia (tal vez por sus patas retraídas,
que parecen guardar celosamente algún bien muy preciado);
en Grecia significó la adivinación (de donde
parece proceder su etimología) y en el Cristianismo,
es casi gratuita la mención, representa la oración
y la adoración.
Para terminar de completar la escena, los dos artrópodos
mencionados en la mitología africana tienen además
la condición de esposos. En efecto, Koki, la mantis
es la esposa de la araña en los mitos de algunas regiones.
No deja de sorprender que los dos animales cuyas prácticas
sexuales incluye el canibalismo terminen formando pareja estable.
Piojos
aborígenes y arañas del Pacífico
La
etnoentomologia australiana y, por extensión, la de
los archipiélagos del Pacífico, ha sido también
poco estudiada. En principio, presenta problemas muy similares
a los comentados para el contienente africano. La diversidad
cultural (y su fragmentación), la tradición
oral de sus leyendas y mitos y las relativamente escasas muestras
de su arte constituyen una barrera difícil de saltar
(fig. 64). Cherry (1993)
recoge diversas relaciones entre los aborígenes australianos
y los artrópodos. En su mayor parte, constituyen muestras
de entomología aplicada primitiva, pues hacen referencia
al uso de insectos en la alimentación (sobre todo larvas
de lepidópteros, pero también diversas hormigas
y la miel producida por abejas silvestres), la industria (por
ejemplo, para la fabricación de pigmentos amarillos
a partir de óxido acumulado en ciertos hormigueros;
cera como objeto ritual, etc.) o medicinales. El artículo
incluye una pequeña lista de insectos como cucarachas
utilizadas como anestésico local, hormigas antisépticas
y expectorantes, termitas antidiarréicas (y constructoras
del Didjeridu, un instrumento musical de viento) o las bolsas
de algunas procesionarias empleadas como protección
de heridas o cicatrizante, etc.
Existen, como es lógico, un buen número de fábulas,
leyendas y cuentos en los que aparecen insectos, incluyendo
algunos en los que se reconoce la metamorfosis de la mariposa
como trasunto de salvación / resurección. Un
insecto no mencionado hasta aquí es el piojo. Existe
una leyenda según la cual los piojos de los hombres
míticos se fueron a vivir en los agujeros de las piedras.
Por eso, cuando un aborigen quiere castigar o vengarse de
otro, debe buscar las piedras adecuadas y entonar ciertos
cánticos. Los piojos acudirán raudos a la cabeza
del enemigo para atormentarle. Otras leyendas convierten a
la araña en héroe celestial. Sin embargo, en
las islas del océano Pacífico es donde la araña
vuelve a surgir como un poderoso mito creador. La Araña
Anciana, o Areop-Enap, es la divinidad creadora en Nauru (Micronesia).
Al principio sólo existía Aerop-Enap y los mares.
A
través de un singular proceso que incluye el uso de
una concha gigante de mejillón, caracolas y algún
tipo de gusano marino terminó creando los cielos y
la tierra. Utilizando unas piedras hizo al hombre y unas criaturas
aladas a partir de la ‘suciedad de las uñas’
(extraño concepto que, sin embargo, ya fue utilizado
en la mitología sumeria en relación a Atargatis/Isthar,
diosa araña, en su descenso a los Infiernos y que tuvo
usos medicinales en Egipto). Un mito muy similar aparece en
las islas Gilbert (Kiribati, al este de Papúa Nueva
Guinea). En Melanesia, la araña-diosa recibe el nombre
de Marawa, pero en este caso la divinidad asume un papel de
engañadora. En resumidas cuentas, la araña vuelve
a ser mito creador y también símbolo de la astucia
(y, por tanto del engaño). Otra vez.
Geoglifos
gigantes y anófeles incas
La
historia de los pueblos americanos es mucho menos conocida
que la europea, pero en algunos casos la información
disponible es relativamente amplia (por ejemplo, en la cultura
Maya-Azteca). En las líneas siguientes vamos a dividir
las culturas del continente americano en tres grandes grupos
por cuestiones simplemente operativas. En primer lugar vamos
a ocuparnos de algunas de las más importantes civilizaciones
de Suramérica y especialmente de la Inca. A continuación
nos centraremos en Mesoamérica y las culturas Mayas.
Terminaremos en el Norte, en las praderas de algunas tribus
americanas.
El Pueblo Nazca (200 a. C.-700 d. C.) fue una civilización
aislada que vivió en los valles fluviales contiguos
a la franja desértica del sur del Perú y que
alcanzó un cierto desarrollo. Fue una civilización
dedicada al comercio, cazadora y agrícola, con una
cultura muy relacionada con el agua. El legado más
importante que nos dejaron son sus famosos geoglifos (llamados
líneas Nazca) grabadas directamente sobre el suelo
en la Pampa (fig. 65).
Son excavaciones de la capa superior de las rocas y su función
es un misterio, así como su significado. Habitualmente
consisten en figuras geométricas o en la representación
esquemática de algunos animales. Los más frecuentes
fueron el colibrí, la ballena y la araña. Su
tamaño es colosal (supera los 50 m de longitud), pero
lo más enigmático es que sólo son perceptibles
en su integridad desde el aire (en un terreno que carece de
alturas relevantes). Ello ha provocado más de una elucubración
en torno a posibles contactos extraterrestres. No podemos
saber qué significan esos geoglifos de artrópodos
gigantes, pero teniendo en cuenta su tamaño (y repetición),
éste debió ser ciertamente importante.
Otra cultura más o menos contemporánea de la
Nazca fue la Mochica. Se desarrolló en el Oeste de
Suramérica, durante el periodo 100-800 d.C. Era un
pueblo agrícola, comerciante y guerrero que alcanzó
una gran prosperidad pues sus tumbas acumulan enormes riquezas
en forma de joyas y adornos (fig.
66). Contruyeron carreteras y eran buenos orfebres
y artistas, aunque carecían de escritura. La tumba
del Señor de Sipán es una de los más
famosos restos arqueológicos de esta época.
Por desgracia el hambre actual provoca que miles de peruanos
tengan que dedicarse al expolio de tumbas como forma de subsistencia.
Se conservan algunas pinturas y otra iconografía, pero
se desconoce su auténtico sentido. La fig. 71 ilustra
una escena de captura de insectos por agricultures mochicas
en la costa norte del Perú. Los cultivos son papa,
haba y maiz. ¿Tal vez una plaga? ¿O una ceremonia
mágico-religiosa similar a las que luego ofrecería
la mitología maya?
El imperio Inca fue relativamente breve (1.200-1.532 d.C.)
pero sin duda fue también uno de los más destacados
del subcontinente. Desarrollaron la lengua Quechúa,
importante núcleo de unión de los diferentes
pueblos comprendidos entre Ecuador y Chile a lo largo de más
de 4.000 km. En 1.532 Francisco Pizarro capturó al
último jefe Inca, Atahualpa, con infaustos resultados.
La cultura inca quedó reducida a algunas ciudades perdidas
entre la tierra y el cielo, en cumbres como la del Machu-Pichu.
Vargas-Musquipa (1995) recopiló una importante serie
de diseños en su trabajo ‘Insectos en la iconografía
Inka’, procedentes de cerámicas, tejidos y otros
objetos arqueológicos. Existen algunos trabajos previos
similares (incluso relacionados directamente con la cultura
Mochica, citados en Lamas, 1980). De la colección de
diseños mencionada, Vargas-Musquipa (1995) destaca
varios factores.
Los incas representaron una gran variedad de insectos, demostrando
un buen conocimiento de su morfología (incluso en aquellos
cuyos diseño es esquemático), pero también
de su biología e, incluso, de su etología. Junto
a la variedad de representaciones de lepidópteros y
otros insectos (figs. 67-68),
son especialmente destacables dos diseños. La libélula,
perfectamente representada incluso en la división del
cuerpo en tórax y abdomen, incluye a sus pies una náyade
o larva acuática (fig.
69). Ello implica un conocimiento excepcional sobre
la biología del odonato. El otro dibujo interesante
es el correspondiente al mosquito en aparente posición
de succión (fig.
70). Vargas-Musquipa señala la posibilidad
de que se trate de un Anopheles, díptero que adopta
una postura característica al alimentarse (lo cual
parece evidente por la posición del animal y lo engrosado
de su abdomen), ya que levantan sus patas traseras cuando
lo hacen. Eso explicaría por qué sólo
son representados los dos primeros pares de patas. De ser
correcta esta interpretación el diseño artístico
sería, además, una buena muestra de observación
ecológica.
Mariposas
mejicanas
Los
antiguos mejicanos desarrollaron una serie de culturas de
alto contenido entomológico, tal vez sólo comparable
en su riqueza y variedad a la egipcia. Incluyen la cultura
Tolteca (del 900 al 1.200 d.C.), Maya (entre 1.200 y 1.700
d.C.), y Azteca (1.300-1.500 d.C.), entre otras.
La cultura Tolteca practicaba ritos sangrientos, con sacrificios
de animales y hombres. Entre los animales, se contaban vertebrados,
pero también langostas, mariposas, etc. Varios códices
de la época hacen referencias a ofrendas de serpientes,
pájaros y mariposas. No debe extrañar. En las
culturas mesoamericanas los animales eran ‘moneda de
pago’ y los tributos podían satisfacerse de este
modo, ya fuera por ser utilizados como adornos, por su uso
en los sacrificios rituales o como alimentos (langostas y
hormigas tostadas y según algunos autores europeos
posteriores ‘...todas las sabandijas que cría
la tierra’). A medio camino entre la entomofagia y el
ritual mágico, existió una ‘comida divina’,
denominada Teotlacualli, que era preparada por los sacerdotes.
Sus ingredientes eran toda clase de sabandijas ponzoñosas
(arañas, alacranes, ciempiés, víboras,
etc.). Con todo ello, hacían un ungüento demoníaco,
hediondo y mortífero que ofrecían a sus dioses,
pero que también servía para otorgar poderes
a los sacerdotes frente a las fuerzas de la noche, y de medicina.
La mariposa es un animal fundamental en la mitología
mesoamericana. En la fig.
87 aparece en el pectoral de atlantes toltecas. Representaba
el alma, pero también el movimiento y el fuego. Los
dos primeros están relacionados, por que las mariposas
eran una suerte de vehículo para que las almas alcanzaran
el cielo, al menos en el caso de los guerreros muertos en
combate o sacrificados en los altares.
Dos libros resultan especialmente importantes para analizar
la participación de artrópodos en las mitologías
mejicanas antiguas. Tozzer & Allen (1910) escribieron
un extenso artículo sobre las figuras de animales en
los códices mayas. Aunque este trabajo está
fundamentalmente dedicado a vertebrados, incluye diversas
referencias a motivos artrópodos. Beutelspacher (1989)
dedicó un volumen completo a las mariposas entre los
antiguos mejicanos. Otras informaciones útiles pueden
extraerse de Aguilera (1985), Heyden & Baus Czitrom (1991)
y Reyes-Castillo & Montes de Oca (1997).
La Maya fue una gran civilización que cuenta actualmente
con más de 4 millones de descendientes. Presenta ejemplos
soberbios de arquitectura, escritura jeroglífica y
amplios conocimientos matemáticos y astronómicos.
El centro de sus motivos ‘artrópodos’ sigue
siendo la mariposa. Pero no faltan notables referencias a
otros animales. Tozzer & Allen (1910) recogen referencias
a abejas meliponas (fig.80),
a moscas sarcofágidas (aunque con dudas), a mosquitos
(fig. 79), a miriápodos
(fig. 82, 84),
crustáceos (fig.
78), arañas (fig.
72-73, 74, 81)
y escorpiones (figs. 75-77,
83), además,
por supuesto, de lepidópteros. Heyden & Baus Czitrom
(1991) mencionan también a la hormiga, al chapulín
o saltamontes (fig. 86),
a la cucaracha y al chinche jumil, y muestran algunas fotografías
de pulgas talladas en piedra volcánica (fig.
85). Las hormigas eran consideradas animales bravos
y exterminadores, peste y azote comparable a la guerra, castigo
divino (Reyes-Castillo & Montes de Oca, 1997). Los saltamontes
también eran temidos a consecuencia del efecto de las
plagas. Como en Egipto, el ciempiés es considerado
animal de la tierra (y de la noche), siendo venerado como
un dios. Su nombre en nahualt (petlazolcoatl) significa ‘serpiente
como petate viejo’, pues su forma es la de un reptil
y sus patas le dan el aspecto de estera vieja y deshilachada
(Aguilera, 1985; véase la representación de
la fig. 55 procedente
de Indonesia, con el mismo efecto). Junto a la serpiente y
la diosa Tlazoltéotl parece conformar una trinidad
lujuriosa.
Los dos arácnidos clásicos, el alacrán
y la araña, también juegan un importante papel
entre los mayas. El primero, identificado perfectamente con
la constelación de escorpión, es el dios de
la caza entre los mayas (su nombre significa ‘Signo
de Dios Muerte’). Los aztecas lo dedicaban al ‘Señor
de los Infiernos’ y lo representaban por el fuego, ya
que su picadura era como una quemadura. Se conocen varias
divinidades antropomorfas que portan a su espalda una ‘cola
de escorpión’. En la fig.
75 aparece un bailarín masculino con cola de
escorpión. Levanta en su mano el símbolo de
la media estrella, que era conocido como ‘estrella avispa’.
Como el venenoso ciempiés, tiene también una
íntima asociación con el sexo.
Otra figura curiosa es la araña y especialmente su
tela. Esta última representa la placenta de Ix Chel
(fig. 72), diosa
maya del parto, pues la araña crea el hilo de la vida
de sí misma, uniendo a toda la humanidad a través
de este cordón umbilical. Los mayas distinguían
varios tipos de arañas, a las que bautizaron. Algunas
de ellas estaban relacionadas directamente con el tejido —algo
perfectamente previsible— y la hechicería. Ix
Chel era patrona de las tejedoras. Era también uno
de los tres animales vinculados con el Señor de los
Muertos (Mictlantecuthtli; ver fig.
73) y con los monstruos tzitzimime que, según
se creía, tenían como misión devorar
a la humanidad cuando llegara el fin del mundo. De nuevo nos
encontramos ante un conjunto de símbolos y relaciones
que parecen ser, con ligeras diferencias, prácticamente
universales. Antes es preciso comentar que el panteón
maya resulta sumamente complejo, debido entre otras cosas
a los múltiples aspectos y títulos que podía
adoptar una misma deidad, pero también al hecho de
que muchos de ellos tenían un equivalente de sexo opuesto
y/o un trasunto maligno o infernal.
La mitología de los antiguos mejicanos es pródiga
en ejemplos de significación de lo doble y lo enfrentado
(el día contra la noche, el tema obsesivo de los gemelos
o, por ejemplo, el mito de la creación azteca como
resultado de la oposición y el conflicto). El dios
principal maya era Itzama, supremo creador y protector de
la escritura. Su esposa, o contraparte, es la diosa Ix-Chel,
‘Señora del Arco Iris’, diosa de los partos
y, por tanto, mito estrechamente relacionado con la fertilidad.
La placenta de Ix Chel es una telaraña de la que cuelga
la vida a través del cordón umbilical. Hilo
o cordón, han relacionado siempre la tela con el hilado
y las tejedoras, en femenino, pues siempre son mujeres las
encargadas de esta labor, en la que subyace la propia idea
de identificación de la araña con la mujer o
la feminidad. El lenguaje moderno mantiene este simbolismo
(aunque con frecuencia pase desapercibido) a través
de las metáforas de los ‘lazos y ataduras’
entre hombre y mujer o la rupturas de vínculos (lazos)
entre hijos y madres. El símbolo funciona, porque encierra
también la idea de ‘voracidad sexual’ de
la mujer –femme fatal, meretriz, devoradora– que
debe ser controlada por el hombre, y la de actividad misteriosa,
oculta, engañosa para con éste. El hombre debe
controlar a la mujer, un ser instintivo, y defenderse de sus
maniobras y tretas.
En el juego de roles separados de ambos sexos en las culturas
primitivas, las mujeres hilaban en conciliábulo, ocultas
a los ojos de los varones, en una suerte de reuniones secretas
de las que sólo podían resultar conspiraciones
y engaños. Algo así como los invisibles hilos
de la tela en que quedan enredadas sus desprevendias presas.
Ix Chel, hechicera y comadrona, creadora (o ‘esposa’
del creador) pero también entidad peligrosa. Fertilidad,
sexo y muerte. Otra vez. Y por si quedaban dudas, las referencias
al agua también están presentes. Dice una leyenda
que en los tiempos de Haiyocacab, Ix-Chel inundó y
rehizo la tierra, enviando grandes olas del océano.
Vacío su vaso gigante desde los cielos para que la
Tierra pudiera limpiarse y para que la vida pudiera comenzar
nuevamente (¿metáfora machista del flujo menstrual
femenino que limpia y permite el inicio de un nuevo ciclo
creador? Posiblemente).
Pero sin lugar a dudas el artrópodo más extendido
en la iconografía maya es la mariposa. Mejor dicho,
las mariposas, en plural. En la fig.
88, correspondiente a un mural de Teotihuacán
(México), cuatro figuras masculinas cantan y tratan
de capturar con ramas a una mariposa. Según otros autores
sería una representación del cielo Tlalocán
donde ascienden exclusivamente guerreros y parturientas muertas
en su primer parto. La mariposa es Papilio multicaudatus Kirby,
especie muy común en el centro de Méjico. Representa
a la diosa Xochiquétzal, diosa del amor y, sin embargo,
deudora de sacrificios (figs.
89-91). Es conocida como mariposa flor o mariposa
pájaro. La mariposa representa al alma, al movimiento
y al fuego. Simbolizaba igualmente al amor, a las flores y
a la vegetación. Existen varios centenares de representaciones
diferentes de diversas especies de mariposas (fig.
93), aunque la mayoría corresponden a dos,
la ya citada Papilio multicaudatus (diurna) y Rothschildia
orizaba (Westwood) (nocturna), un satúrnido bastante
común (fig. 92).
Esta especie representa a otra divinidad, a Itzpapalotl, con
cabeza de zopilote rey, es decir, de buitre y garras de rapaz
para aprisionar el corazón de los sacrificados. La
especie es conocida como mariposa de navajas pues presenta
unas manchas semitransparentes en cada ala que parecen cuchillos
o puntas de flecha. Es una deidad chichimeca que simboliza
a la tierra, a la luna y al firmamento meridional. Itzpapalotl
tiene unas connotaciones mucho más tenebrosas que Xochiquétzal;
su naturaleza nocturna y sus colores sombríos terminaron,
probablemente, por relacionarla con los monstruos tzitzimime.
No puede resultar más lógico: una mariposa diurna
actúa como símbolo del amor, de las flores y
de la luz; otra, nocturna, es símbolo lunar, y en sus
alas lleva escrito un signo de guerra o sacrificio (el cuchillo).
Amor y muerte.
Arañas
hopi
Las
culturas de los indios norteamericanos son peor conocidas
que las del resto del continente. Se trata de culturas que
surgieron hace entre 10.000 y 8.000 años. Carecen de
escritura y sus tradiciones son orales, lo que dificulta su
estudio. Practicaban el totemismo, convirtiendo a animales
o plantas en divinidades (figs.
97-98).Estas zoolatrías (cuando son animales)
servían además como elemento de unión
del clan o tribu. El tótem une al hombre y sacraliza
al animal. Los miembros no pueden matar al tótem ni
mucho menos comerlo (lo que representa una suerte de tabú
similar al incesto).
La palabra ‘tótem’ proviene de la lengua
algonquina de las tribus de los Grandes Lagos de América
del Norte. Entre los tótem conocidos son raros los
artrópodos, pero uno de ellos juega un papel esencial
en la mitología de diversas tribus. Se trata de Madre
Araña, también conocida como Mujer Araña,
creadora de la Tierra (fig.
95). En otras tradiciones próximas asume el
papel de divinidad que guía a los hombres hacia los
mundos superiores. También juega un papel fundamental
en un mito que se repite entre las diversas culturas: el robo
del fuego a los dioses. La astuta araña se lo entregó
a los hombres, a pesar de que Cuervo, Culebra, Buho y Caballo
habían fallado previamente (mito Cheroque). Entre los
Zandé y otros pueblos africanos, la araña triunfa
allá donde Elefante, León y los Monstruos fracasaron.
En la fig. 94 se
muestran conchas con una antigüedad de unos 1.000 años
atribuidas a tribus norteamericanas. La tradición oral
de algunas tribus de las praderas del sureste americano han
sido recopiladas y estudiadas por diversos antropólogos
(por ejemplo, Mullet, 1919; Patterson-Rudolh, 1997).
Los indios Hopi cuentan con un espíritu poderoso como
aliado, la Mujer Araña. Es un animal considerado como
medicina viviente, fuente de consejos y auxiliador de gente
en peligro. El primer cuento recopilado por G. M. Mullett
(1919) comienza: ‘Al principio solo existían
Tawa, el Dios Sol, y Mujer Araña, la Diosa Tierra.
Todos los misterios y el poder del cielo pertenecían
a Tawa, mientras que Mujer araña controlaba la magia
de la tierra...’. El cañón de Chelly (Arizona)
es un lugar mágico, donde se encuentra la casa de la
Mujer Araña (hoy forma parte de una reserva de los
indios navajos), a 244 m de altura (fig.
99). Para los creyentes, la Mujer araña vive
en la cumbre de la roca más alta y se dice que la blancura
superior se debe a los huesos de los niños malos devorados
por la Mujer araña (un trasunto del lobo feroz o del
coco en España).
Por supuesto, Mujer araña enseñó a las
mujeres navajo a tejer (la telaraña está presente
en algunos petroglifos, fig.
96). La araña juega otros papeles. Para las
tribus de California es un espíritu vengador que castiga
el mal; en las llanuras centrales (por ejemplo, Cheyenes,
Lakotas) asume el papel del ‘embustero’, una figura
más o menos heroica, astuta pero bromista o poco fiable.
Lo extraordinario es la presencia de la araña, de una
u otra forma, en casi todas las mitologías norteamericanas,
con papeles que parecen repetirse de una a otra cultura.
Interludio
sobre mitología comparada
Las
coincidencias entre las mitologías africanas y norteamericanas
son enormes. Incluso el doble sentido del mito (divinidad
creadora y héroe embustero) se repite de forma enigmática
e inexplicable en el caso de la araña. ¿Es posible
que algunos mitos formen parte de una suerte de patrimonio
primigenio o fundador que subsistió durante miles de
años para emerger de nuevo en los registros mitológicos
y artísticos de sociedades posteriores repartidas por
todo el planeta? ¿O es que los mitos –algunos
al menos– son realmente universales, algo así
como un atributo genético? ¿Tal vez forman parte
de una suerte de memoria social, similar a la del hormiguero
como grupo? ¿O son sólo coindencias?...
Es previsible que en sociedades vinculadas directamente a
la naturaleza en las que se produce la aparición de
zoolatrías, como formas elementales o primitivas de
religión, resulten llamativos algunos animales concretos
y otros pasen perfectamente desapercibidos y no transciendan.
Pero ello no explica las similitudes de detalle comentadas.
Por ejemplo, la abeja, gracias al recurso de la miel, sólo
puede ser objeto de bendiciones y enaltecida en los Olimpos
de la mayor parte de las mitologías. Aunque en ocasiones
pueda picar y producir dolor, su dulce ofrenda sólo
puede ser objeto de veneración. Por contra, el escorpión,
fuente de accidentes, dolor o incluso muerte, habitante de
páramos y estepas infernales, está condenado
a la condición de demonio y representación del
Mal, aunque en ocasiones el temor termine convirtiéndolos
en dioses (tal vez como medida profiláctico-preventiva).
Este sistema de asignación de papeles derivado directamente
de la ‘oferta’ (o del valor de uso inmediato)
funciona bien en estos dos casos (tal vez en alguno más)
y puede justificar su universalidad. Pero hay otros artrópodos
en los que la explicación no parece tan sencilla.
La mosca es cosmopolita, abundante, muy molesta pero relativamente
inocua (difícilmente nuestros ancestros podían
valorar el problema de la transmisión de enfermedades).
¿Qué hacer frente a las moscas cuando se vive
en un poblado en mitad de la jungla o junto a un pantano?
Esto es algo que me he preguntado en muchas ocasiones viendo
imágenes de televisión del llamado tercer mundo.
¿Cómo pueden soportarse decenas de moscas sobre
el rostro sin apenas molestarse en espantarlas? No hay forma
de combatirlas, ni de evitarlas. Posiblemente no quede otro
remedio que aprender a ignorarlas; olvidarse de ellas hasta
tal punto que se hagan invisibles. Tanto que han terminado
por caerse del panteón mitológico, por que,
realmente, no se perciben. Sólo los egipcios —una
cultura obsesionada con la muerte— llegó a otorgarle
algún simbolismo importante, destacando lo inútil
de intentar luchar contra ellas. A pesar de todo, una tribu
africana la consideró un dios; el cristianismo, lejos
de ocultarla, la utilizó como arma de propaganda negativa,
nombrando a Lucifer el Señor de las Moscas, pero en
general, la mosca ha resultado un animal ‘invisible’
para todas las culturas (que la han padecido estoicamente).
La mariposa, especialmente si ésta es diurna (la noche
solo puede ser fuente de problemas, terror o incluso muerte),
y si además muestra todo su esplendor multicolor, está
igualmente predestinada a ser considerada animal benéfico,
fuente de dicha y placer (incluso, como ya vimos, sexual).
Si además se conoce su metamorfosis, la relación
con la muerte y resurección o el retorno es casi invencible.
Un paradigma tan claro de la mayor aspiración de nuestra
especie, el triunfo sobre la muerte, no podía pasar
desapercibido. Que en ocasiones haya sido la cigarra o el
escarabajo el símbolo local del renacer es sólo
cuestión de mayor o menor acierto en la percepción
de los complejos procesos metamórficos correspondientes
(aunque hemos de convenir que el lepidóptero tiene
mejores cartas en esta mano gracias a su presencia mucho más
llamativa como adulto y a que sus larvas, las orugas, suelen
ser también vistosas, algo que no ocurre con frecuencia
con las de otros insectos).
El planeta rebosa de escarabajos. Son abundantes, variados
y habitan cada palmo de tierra firme, pero sólo un
pequeño grupo de ellos (y a consecuencia de un rasgo
muy característico de su comportamiento reproductor)
ha jugado las grandes ligas mitológicas. Hay muchas
referencias marginales a los coleópteros, pero ¿cómo
no iba a ser así cuando es imposible no verlos? Esta
indiferencia generalizada (a pesar de las notables excepciones
ya mencionadas) posiblemente esté relacionada con su
oscuro papel biológico, al menos desde el punto de
vista antropológico. No ofrecen ‘nada’,
ni representan un peligro, daño o molestia inmediatos.
Rara vez muestran un comportamiento llamativo (salvando a
los escarabeidos coprófagos). Su papel como fitófagos
probablemente no alcanza la espectacularidad de plagas como
langostas y otros insectos...
Las comunes hormigas sí tienen una característica
destacable: su comportamiento social, pero precisamente en
este hecho puede radicar su escaso éxito mitológico:
son llamativas en conjunto, pero no aisladamente. Son un mal
ejemplo o modelo para la individualidad. La Tierra está
también llena de saltamontes, de chinches, de infinidad
de artrópodos. Por algún motivo, éstos
no han impactado en nuestra especie de la misma forma que
la mariposa, el escorpión o la abeja. Son, o han podido
ser, mitos locales, dioses menores en teogonías más
o menos indescifrables o perdidas en el tiempo, personajes
secundarios en leyendas y parábolas, o adornos cargados
de simbolismo o simplemente decorativos. Pero no han sido
capaces de generar consenso, ni acuerdo mayoritario respecto
a su mensaje o símbolo.
La araña, por contra, constituye el artrópodo
más intensamente utilizado en el terreno de la mitología
y simbología. Lo ha sido además con una manifiesta
–incluso inquietante– concordancia en la mayor
parte de los términos y en sus elementos más
profundos o ambivalentes. La araña es un animal capaz
de elaborar construcciones de extraordinaria complejidad (especialmente
para un hombre primitivo) en forma de telas orbiculares de
aspecto perfectamente geométrico. Ello ocurre en mitad
de la naturaleza, es decir, del caos abigarrado de lo Natural,
siempre cambiante, en el que se entremezclan vegetación,
bestias y alimañas, inundaciones, tormentas y climas
dramáticos (junto a demonios, monstruos y sombras...).
Y allí, como por encanto, surgen símbolos perfectos
del orden del cosmos en forma de perfectas telas geométricas,
que sólo pueden ser interpretados como un símbolo
o mensaje divino.Y las construye un pequeño y misterioso
animal con seda que extrae de su interior, creando el orden
dentro del caos a partir de sí mismo.
No me sorprende que la araña sea un mito prácticamente
universal porque la escena anterior debió producirse
en la primitiva Europa, en los desiertos del Perú y
en las selvas del Yucatán, en las riberas del Nilo
y entre los juncos del Éufrates, a la orilla del Atlántico
y en las islas del Pacífico. El impacto de esta presencia
tuvo que ser inmediato y brutal para una mente que busca desesperadamente
respuestas importantes. La araña es así Creadora
Universal –o Madre fértil– y atrae sobre
sí, como un imán, otros conceptos asociados
y aun enfrentados: virginidad y promiscuidad. Otras asociaciones
de la araña surgen también de forma natural.
La construcción de telas, la forma en que algunas especies
se deslizan por los hilos, y la estructura geométrica
de esas construcciones relacionan a la araña con el
hilado y con el destino, o la convierten en medio de comunicación
—hilo conductor— entre el hombre y el universo
o los dioses. La araña debe ser necesariamente mujer.
Por un lado, es Madre y sólo las mujeres son capaces
de parir. Por otro, la araña es hilandera, actividad
tradicional exclusiva de las mujeres. En muchos sentidos,
la araña es la esencia de lo femenino, objeto deseable
—madre, amante— pero también temido, símbolo
guerrero, animal venenoso, hábil trampera capaz de
enredar entre sus invibles hilos a la más poderosa
de sus presas, el hombre. En Melic (2002) se desarrolla con
mayor detalle el mito de la araña.
Epílogo:
Los restos del naufragio artrópodo
En
comparación a las culturas y civilizaciones comentadas,
los artrópodos han perdido la batalla de la modernidad.
En el siglo XVI comienza en Europa el estudio de los artrópodos
y el desarrollo de la entomología moderna, lo cual
tiene su mérito. Recordemos que en España y
otros países todavía se celebran juicios contra
la langosta, con jueces, fiscales y abogados defensores (nombrados
de oficio). Las penas consistían en excomunión,
pero eran frecuentes los casos de reincidencia.
Las abejas, uno de los pocos artrópodos bien vistos
por prácticamente todas las culturas, perdieron también
parte de su popularidad a consecuencia de la comercialización
del azúcar como sustituto de la miel. Ésta ha
sido una tendencia más o menos permanente hasta la
actualidad (fig. 100).
Trazar una perspectiva sobre la simbología de los artrópodos
en los últimos siglos es bastante problemático.
Los artrópodos ya habían sido barridos de la
mitologías previamente a consecuencia de los nuevos
modelos religiosos (humanizados y masculinizados). El cambio
producido en las sociedades modernas gracias a la técnica
y a los nuevos usos industriales y sociales transformó
a los artrópodos en simples motivos decorativos, apenas
simbólicos. Pueden citarse infinidad de ejemplos de
la presencia de artrópodos en todo tipo de actividades
artísticas y en todo tipo de materiales: cerámica,
tejidos, joyería, decoración, tatuajes, literatura,
pintura, fotografía, cine, música, publicidad,
lenguaje, sicología, entretenimiento... pero todo ello
no constituye nunca un conjunto o entidad, algo que pueda
considerarse mínimamente transcendente.
He mencionado en un par de ocasiones al movimiento subrealista.
No es este el momento de profundizar en esta materia, pero
probablemente la última ocasión en que los artrópodos
fueron una parte relevante dentro de las corrientes intelectuales
en las culturas modernas fue durante el subrealismo. Recomiendo
visitar los textos de Sánchez Vidal (1993, 1997) sobre
el cine de Buñuel y los insectos (quienes son un trasunto
del instinto, y por tanto del deseo, que es reprimido pinchándolo
en alfileres y guardándolo en una caja entomológica,
bien cerrada; la vida en sociedad consiste, en esencia, en
reprimir instintos primarios y profundos; figs.
106-107). Ya hemos citado anteriormente a Caillois
y sus mantis o a Dalí y otros pintores (figs.
103-104).
Puede decirse que los artrópodos han perdido toda la
carga emocional y gran parte de la simbólica que tuvieron
en el pasado remoto y sólo resultan objetos groseramente
evocadores de algunas ideas o sensaciones muy elementales.
Probablemente ni siquiera éstas son auténticas,
si no puros actos mecánicos de respuesta ante estímulos
aprendidos culturalmente (y desde luego no percibidos directamente).
La cucaracha da asco y la araña es venenosa y produce
fobias (en lugares donde no existen especies peligrosas, ni
son abundantes), el escorpión mata, la avispa es feroz,
la abeja ahora da miel, pero sobre todo pica, la mariposa
es bonita,... Tal vez ésta sea la auténtica
naturaleza del simbolismo y en la actualidad, simplemente
han cambiado los objetos capaces de producir evocaciones.
La sociedad urbana y mercantil actual no puede tener los mismos
iconos, anhelos y temores que las sociedades llamadas primitivas.
No ha cambiado el poder evocador de los artrópodos.
Hemos cambiado nosotros.
En las figuras 100 a
115 se recoge una pequeña colección
de muestras sobre la utilización de los artrópodos
en diversas áreas de la cultura reciente (desde la
Edad Media europea al s. XX).
Así que sólo nos queda cerrar este largo artículo
echando un vistazo superficial al papel ‘actual’
de los artrópodos en la cultura moderna. Para ello
voy a utilizar una herramienta que considero muy útil:
las historietas de tebeos o cómix. En Melic (1997b)
presenté algunas ideas sobre la forma en que las historietas
muestran a los artrópodos. El medio es muy adecuado,
en mi opinión. Su lenguaje simplificador ayuda a exponer,
en rápidos trazos, la esencia de cada símbolo
(no hay tiempo ni espacio para el debate o la narración;
es preciso el impacto brusco de la idea). Los tebeos son parte
de nuestra cultura, pero al mismo tiempo, son también
un mecanismo de aprendizaje. Expresan nuestra cultura por
que transmiten una serie de arquetipos, comportamientos o
percepciones de la realidad con la excusa de lo cómico.
Pero si resultan especialmente interesantes es por que los
lectores habituales de este producto cultural son un público
infantil y juvenil y por tanto, están influyendo en
la formación ideológica de las generaciones
futuras. Es decir, permiten comprender cómo se transmite
o perpetúa una parte de la cultura.
Desde un punto de vista técnico los artrópodos
no son dibujados con precisión y generalmente consisten
en unos pocos trazos, puntos o líneas. Ello se debe
en general a la dificultad de caricaturizarlos, pues son animales
cuya morfología es poco dada a ser antropomorfizada
(asignarles rasgos humanos), pero además al problema
de escala en relación al tamaño del ser humano,
lo que los hace prácticamente invisibles en una viñeta.
Por estos motivos, probablemente, ni siquiera aparecen como
personajes secundarios. Basándonos en las historietas
de los personajes ‘Mortadelo y Filemón’
de Francisco Ibáñez, tan de moda, y en las ideas
expuestas en Melic (1997b), puede hacerse el siguiente resumen
sobre algunos de los artrópodos más habituales:
1.
La mayoría de los artrópodos han perdido su
carácter amable, o neutro, y se han convertido en animales
feroces y agresivos, especialmente si se trata de especies
venenosas. Así, el cangrejo aparece dibujado con grandes
pinzas para producir dolorosos pellizcos (fig.
116), la abeja ha dejado de ser la apacible productora
de miel para convertirse en arma terrible o instrumento de
tortura brutal (fig. 117),
el escorpión sólo aparece para inocular su veneno
(desfigurando grotescamente a los personajes) (fig.
119) e incluso insectos tan poco ‘simbólicos’
como el mosquito producen auténtico pánico en
todos los personajes sin excepción a consecuencia de
su picadura (fig. 118).
Yo diría que todo esto refleja el sentir del hombre
urbanita del tercer milenio que suele ver en la Naturaleza
un lugar idílico y apacible en abstracto (por comparación
con su vida cotidiana), pero lleno de peligros materializados
en una legión de ‘bichos’ molestos o venenosos.
El hombre moderno ha vuelto la espalda a la naturaleza y sólo
ve en ella una fuente de amenazas e incomodidades, a pesar
de que, en general, sus esporádicos contactos con ésta
lo son con una parte perfectamente domesticada (zonas turísticas,
cámpings, chalets en la sierra...). Los artrópodos
sólo pueden ser fuente de problemas, salvo en los documentales.
2.
Otra forma en que se manifiesta este rechazo es la repulsión
que producen. Al margen de casos puntuales relacionados con
problemas sicológicos como las fobias, la sensación
de asco ante la visión de ciertos artrópodos
resulta extraordinariamente llamativa. La cucaracha (fig.
122) y la araña son los dos animales demonizados
en este sentido, pero con frecuencia entran en esta categoría
otros insectos como los escarabajos (tal vez por su parecido
a las cucarachas), las hormigas, orugas, etc. Resulta francamente
complicado explicar cómo es posible alcanzar sensaciones
tan profundas como el ‘asco’ en tan alto porcentaje
de la población urbana.
3.
El único artrópodo que parece pasar con nota
el examen de popularidad es la mariposa (fig.
120). Por supuesto, se trata siempre de especies diurnas
y nunca en estados larvarios. La mariposa es sinónimo
de la primavera, de prados floridos y de ambiente natural
idílico. Sigue siendo un símbolo del amor y
el enamoramiento (fig.
121) y tal vez en un nivel subliminal, del
placer sexual.
4.
Uno de los artrópodos más habituales en las
historietas debido a la facilidad para ser representados a
partir de muy pocos trazos, ocupa una posición intermedia
entre los dos grupos anteriores. No son, por supuesto, apreciados
ni despiertan interés o cualquier otro tipo de sentimiento
positivo, pero al menos no son considerados bestias agresivas
ni producen repulsión directa. Se trata de las moscas.
Suele ser un simple elemento decorativo o reforzador de ambientes
y situaciones como por ejemplo lugares sucios (cubos de basura,
animales domésticos), el medio rural (establos, campesinos),
etc. (fig. 124).
A veces, simbolizan la muerte, aunque esta situación
es muy poco frecuente en las historietas (fig.
123). Por tanto, con respecto a su historia mitológico-simbólica,
la mosca no ha ganado, pero tampoco ha perdido, muchas posiciones.
Se le considera un animal ‘doméstico’,
inevitable al fin, invencible (como opinaría un guerrero
egipcio), pero intranscente y en cierta forma invisible. La
única forma de vencer a la mosca es ignorándola.
5.
Como en la mitología, de nuevo la araña parece
ser un animal secundario en el mundo de la historieta, pero
un vistazo detenido llevará a la convicción
de que sigue siendo todo un clásico. Junto a la mosca
(y la cucaracha), la araña es uno de los pocos artrópodos
auténticamente doméstico. Su figura es perfectamente
reconocible y fácil de reproducir. Su tela cumple con
frecuencia una función técnica de relleno de
espacios en la viñeta (al ser rectangulares dejan esquinas
libres y por tanto, son lugares adecuados para ubicar telarañas;
fig. 125). Por supuesto, la araña juega
un papel destacado como elemento reforzador de ambientes y
situaciones.
En general, se la asocia a espacios sucios y polvorientos,
a ambientes pobres o zonas ruinosas, pero también a
lugares oscuros y tenebrosos, potencialmente peligrosos (cavernas,
sótanos, castillos...;
fig. 126). Tienen también otras funciones
(ver Melic, 1997b). Pero con todo, salvo cuando se pretenden
ilustrar situaciones cómicas que tienen como protagonista
a las arañas, éstas parecen ser consideradas
algo perfectamente natural. No se las teme como a la abeja
o avispa (a pesar de ser venenosas) o al ubicuo mosquito,
ni se las persigue como a la cucaracha. Están ahí,
llenando los rincones, presentes pero invisibles. Al menos,
mientras no se dejen caer desde el centro de su tela a través
de un hilo e invadan el terreno de lo humano, a ras de suelo.
Cuando ello ocurre, se despiertan los instintos más
atávicos de los personajes y o bien huyen aterrorizados
o bien la aplastan con furia desmedida (fig.
127). Algo parecido a lo que aconteció, en
el plano mitológico, cuando abandonamos el bosque y
nos hicimos hombres y mujeres modernos.
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(Arzy-sur-Cure, Yonne, Francia) de la época Magdaleniense
(unos 10000 años a.C.) (de Cambefort, 1994).
2. Hueso de bisonte descubierto en la Gruta des Trois Frères
(Ariège, Francia) con un grabado de un ortóptero
cavernícola (de Juberthie & Deu, 1998).
3. Pintura rupestre de la cueva de La Araña, en el
torrente de Hargarés (Bicorp, Valencia). Una figura
humana sube a un risco con la ayuda de cuerdas o una tosca
escalera para recoger miel de una colmena silvestre y depositarla
en la cesta que lleva en la mano. Las abejas revolotean alrededor
(de Ripoll Perelló, 1984).
4. Muestra de arte rupestre Levantino (de Bellés, 1997b).
En la ilustración aparece abajo (izquierda) una colmena
y abejas revoloteando a su alrededor. Arriba (derecha) aparece
una supuesta araña rodeada de moscas. La interpretación
no es pacífica.
5. Figuras antropomórficas en forma de ‘phi’
y lo que los arqueólogos identifican con una araña.
Guadalix de la Sierra, Madrid.
6a. Los kudurrus son documentos que se usaron en Mesopotamia
para dejar constancia de las cesiones reales de tierras, por
lo que aparecían señalando fronteras o límites.
En la figura se muestra uno de tiempos de Nabucodonosor I
(hacia 1.140 a.C.), con dos representaciones diferentes del
escorpión. 6b. Detalle, una figura antropomórfica,
relativa al demonio escorpión o al pueblo quto, conocido
como escorpiones de las montañas. 6c. Detalle, abajo
aparece otro escorpión (de Lara Peinado et al., 2000
y elaboración propia).
7a. Otro kudurru, conocido como Eanna-Sum-Idina, de la misma
época (1.120 a.C.). La inscripción inferior
era una advertencia para los que osaran transgredir las fronteras
del territorio delimitado. 7b. Detalle (de Lara Peinado et
al., 2000 y elaboración propia).
8. Impresión de cilindro-sello mostrando la fachada
de un palacio o templo con diversos animales a su derecha,
incluidos dos escorpiones (de McCall, 1994).
9. Pazuzu, un poderoso demonio sumerio habitante de los desiertos
y con rasgos de diferentes animales, incluyendo una cola de
escorpión. Aunque maligno, podía ser un importante
aliado frente a las plagas y otros desastres naturales (¿Reconocían
los antiguos sumerios el poder de los escorpiones como controladores
biológicos?). Su silueta aparece en una escena especialmente
intensa de la película ‘El exorcista’ representando
al demonio cristiano (de Roaf, 2000).
10. Sello cilíndrico en el que una araña gigante
protege las plantas de Inanna del ataque de los insectos.
Ur, Iraq, hacia 3.000 a. C. (de Johnson, 1994).
11. Diosa sumeria de la fertilidad (Inanna) rodeada de escorpiones.
Ur, hacia 2.400 a. C. (de Johnson, 1994). Vida y destrucción
-o fertilidad y muerte.
12a. Relieve procedente del palacio del monarca asirio Sargón
II, en Khorsabad, datado en el s. VIII o VII a.C. Representa
unas naves fenicias transportando troncos de árboles
(los fenicios utilizaban la madera del Líbano para
la fabricación de sus naves). Entre ellas aparecen
representados muchos animales, en su mayoría acuáticos,
pero también otros terrestres como el escorpión
(de Tarradell, 1984). 12b. Esquema.
13. Detalle del mismo relieve en el que aparece un cangrejo
junto a un pez.
14. Grabado mesopotámico en el que dos sirvientes acarrean
granadas y langostas para ser comidas. Se trata de una de
las primeras muestras artísticas de la práctica
de la entomofagia (de Layard, 1853).
15. Grabado de un escarabeo, amuleto muy utilizado en el antiguo
Egipto (en la parte inferior aparecen textos protectores u
oraciones religiosas) (de Description de l’Egypte, publiée
sous les ordres de Napoleón Bonaparte. Grabados publicados
por Inter-Livres, 1995).
16. Pectoral de la tumba de Tutankamon, que representa el
nombre del faraón: ‘el Señor de las Manifestaciones
de Ra’ y simboliza el nacimiento del sol con el escarabajo
en el centro (de Baines & Pinch, 1993).
17. La abeja (bit) era el símbolo del Bajo Egipto.
Con frecuencia aparece junto al signo del junco, símbolo
real del Alto Egipto. Ambos signos pasaron a formar parte
de la Corona Real, que incluso fue llamaba ‘bit’.
En el cartucho aparecen además de los dos símbolos
un escarabeido (de Description de l’Egypte, publiée
sous les ordres de Napoleón Bonaparte. Grabados publicados
por Inter-Livres, 1995).
18. La apicultura era una actividad muy extendida en el antiguo
Egipto. El relieve muestra a un personaje en plena actividad,
rodeado de un enjambre de abejas; a su izquierda aparecen
las colmenas. Templo de Ramsés III, Medinet Habu (de
Wilkinson, 1995).
19. Varias representaciones de bit, la abeja, en los jeroglíficos
egipcios. 19a. La cabeza de la abeja ha sido sustituida por
una mano que sostiene un punzón, instrumento utilizado
en la escritura, pues la abeja era también un símbolo
de sabiduría y conocimiento. 19b. Una abeja sin cabeza.
Con frecuencia los animales venenosos eran representados sin
aguijón (por ejemplo, el escorpión) para convertirlos
en inofensivos (en el caso de la abeja, hay un evidente error
en la ubicación del aguijón) (de Melic, 1997a).
20. Signo del dios Sepa, el ciempiés. Fue considerado
un animal de la tierra frente a la serpiente, perteneciente
al cielo. Era un dios funerario, invocado contra los animales
malignos y los enemigos de los dioses según Lurker
(1991) (de Melic, 1997a).
21. Ideograma de la langosta. Existen varias inscripciones
en las que se representa al insecto como devorador de alimentos;
la más antigua se conoce como inscripción de
Anjtifi (Sur de Egipto, Moalla, hacia el 2.150 a.C.).
22. Diosa Neith, madre de los dioses y representación
de la fertilidad, pero también de la guerra y la caza.
Sobre la cabeza lleva su símbolo, aunque no existe
unanimidad en la interpretación del mismo. Por su origen
mitológico como diosa guerrera/cazadora, el símbolo
ha sido considerado un escudo cruzado por dos flechas, pero
también una lanzadera de tejedor. No me resisto a aportar
una tercera posibilidad: la de una araña esquematizada,
equivalente al símbolo que la diosa Selket porta en
su cabeza (ver figura 23).
23. Imagen de la diosa Selket ‘la que hace respirar
las gargantas’ (título que parece aludir a la
sensación de ahogo que produce el envenanimiento por
picadura de escorpión). Sobre la cabeza, un adorno
que simboliza al escorpión.
24. Estatuilla de bronce de la XXVI dinastía representando
a Selket (de Grossato, 2000).
25-26. Detalles de un antiguo grabado zodiacal egipcio en
el que aparecen el signo de escorpión (25) y cáncer
(el cangrejo, 26) (de Description de l’Egypte, publiée
sous les ordres de Napoleón Bonaparte. Grabados publicados
por Inter-Livres, 1995).
27. Escena de caza de la tumba de Nebamón (Tebas),
2.130 a.C. En la pintura aparecen varias mariposas diurnas
de las orillas del Nilo. Los egipcios no dieron mucha importancia
a la mariposa en su simbología. No obstante la representaron
con frecuencia como motivo decorativo naturalista (de Baines
et al., 1992).
28. Relieve decorativo de una mariposa (de Egiptomanía,
8 vols., Ed. Planeta-Agostini, SA, Barcelona).
29. Relieve ornamental de la mastaba de Kagemni en el que
pueden verse tres animales; arriba una langosta posada sobre
la planta; abajo, una rana intenta capturar a una libélula
que alza el vuelo. Las escenas de la vida a orillas del Nilo,
así como las de caza y pesca, son frecuentes en el
Bajo Imperio. Los animales aparecen como motivos decorativos
o artísticos de tipo naturalista (de Egiptomanía,
8 vols., Ed. Planeta-Agostini, SA, Barcelona).
30. Símbolo de la mosca, animal considerado protector
y valiente en Egipto (de Baines et al., 1992). La mosca era
utilizada como motivo de numerosas joyas (pendientes, collares,
etc.), pero también eran ofrecidas como ‘medallas
al valor’ a los guerreros que habían destacado
en la batalla.
31 Grabado en oro que representa a la diosa cretense Melisa,
señora de las abejas y de las flores (de Grossato,
2000).
32. Moneda de Éfeso del s. V a.C. con el emblema de
la ciudad. La abeja fue símbolo de la Gran Madre (Deméter)
y tuvo gran importancia. El Zeus cretense nació en
una cueva de abejas y fue alimentado por éstas. Cupido
también fue picado y en ocasiones se le representaba
con abejas revoloteando a su alrededor. Las abejas concedían
la elocuencia y el canto y eran señal de laboriosidad,
prosperidad e inmortalidad, pues las almas de los muertos
podían entrar en ellas (de Cooper, 2000).
33. Ánfora griega en el que varios hombres ahuyentan
a un grupo de abejas (de Saunders, 1996).
34. Guerrero figurado en una vasija ática de figuras
rojas, con una avispa en el escudo. Como otros animales venenosos
y con fama de agresivos, fueron un símbolo bélico
(de Bellés, 1997a).
35. Adorno de oro de la ciudad de Micenas. También
la mariposa fue símbolo de la Gran Madre (de Saunders,
1996).
36. Ánfora ática de figuras negras (s. VI a.C.)
en el que se reflejan las relaciones de la mariposa –el
alma– con el semen como alimento vital (y, por tanto,
con el sexo) (de Belles, 1997a).
37. Relieve de mármol del Mitreo de Santa María
Capua Vetere en el que aparece Amor (con una antorcha) y Psiqué,
con alas de mariposa (de Grossato, 2000).
38. Detalle de un recipiente de almacenamiento de Cnosos (Creta),
hacia el 1450 a. C., en el que se aprecia un motivo simbólico
bastante frecuente: la doble hacha, posible evolución
(y masculinización) del símbolo de la diosa:
la mariposa (de Husain, 1997).
37-38. 37. Detalle del cartel anunciador de la película
‘El silencio de los corderos’. En él la
calavera de Acherontia atropos fue sustituida por la de mujeres
desnudas de Dalí (38). Sexo y muerte... sobre el tórax
de una mariposa.
39. La mariposa ha sido relacionada en muchas leyendas y supersticiones
con hadas, sílfides y otras entidades mágicas
no siempre benéficas. Hay una relación muy estrecha
entre el símbolo de la mariposa, la muerte y el sexo
(de Grossato, 2000).
40. Una de las representaciones clásicas de Atenea,
una divinidad con muchos de los atributos de otras diosas
previas mesopotámicas y egipcias relacionadas con la
araña. Curiosamente, Atenea fue la ‘creadora’
de la araña al transformar a Aracné como castigo.
41. Aracné, joven lidia convertida en araña
y origen etimológico del término ‘araña’
(y derivados).
44. Cerámica ibera. Detalle del friso inferior del
‘vaso de las cabras’ del Cabecico del Tesoro (Verdolay,
Murcia). Un pez parece perseguir a un extraño animal,
que podría ser un chinche acuático o ‘zapatero’
(de Moret, 1996).
45. Cerámica ibera. Detalle de un fragmento de vaso
hallado en el Tossal de Manises (Alicante) con una imagen
naturalista: un díptero picando en el pecho a un pájaro
(de Moret, 1996).
46. Antigua ilustración del texto ‘Er-ya’,
China, entre el 500 a.C. - 200 d.C., representativa de la
antigua ‘cultura del grillo’.
47. Jarrón de la dinastía Ts’ing, China,
bellamente decorado con diversas mariposas, un animal importante
en la simbología asiática (de Cervera Fernández,
2000).
48. Monedero chino del s. XIX. En la parte superior se representa
a la mariposa de la alegría; abajo aparece un ortóptero
sobre una flor, dos símbolos clásicos de esta
cultura (de Bruce-Mitford, 2000).
49. Las insignias japonesas tienen una función similar
a la heráldica europea. En la reproducida dos ciempiés
se enroscan entre sí. La escolopendra gigante forma
parte de algunas leyendas de samurais. Tawara tuvo que vencer
a una de ellas (y también a arañas gigantes
venenosas).
50. Antigua escena de cría de Bombyx mori.
51. El ciclo de las transformaciones de los seres, según
Tchuang-Tsu (370-300 a.C.) (de Papavero et al., 1995). Todos
los organismos (incluidos algunos fantásticos) están
relacionados.
52-54. Tres muestras de la Enciclopedia de los invertebrados,
de Tansyu Kurimoto, 1811. 52. Cicindelas. 53. Grillos. 54.
Escorpiones.
55. Indonesia. Un ciempiés como motivo decorativo sobre
corteza de árbol, Seram (de Indonesian Ornamental Design,
Pepin Press Desig Book, 1998).
56. India. ‘Purana’ o pintura hindú en
la que se representan escenas de historia antigua relacionadas
con la doctrina hindú en verso. La mariposa aparece
como motivo secundario (de Bruce-Milfort, 2000).
57. Java. ¿Un milípedo? en un diseño
artístico de Indonesian Ornamental Design, Pepin Press
Desig Book, 1998.
58. Java. Diseño de un broche de plata en forma de
mariposa (de Indonesian Ornamental Design, Pepin Press Desig
Book, 1998).
59-61. Diseños de ornamentos para armas javanesas.
59. Mariposa. 60. Escorpión. 61. Escolopendra (de Indonesian
Ornamental Design, Pepin Press Desig Book, 1998).
62. Cuadros centroafricanos elaborados con alas de mariposas
(modernos).
63. La Mantis religiosa como tótem. 63a. Representación
de una mantis en actitud típica, procedente de Papúa
Nueva-Guinea. Otros objetos similares se encuentran entre
las tribus del sur de África. 63b. Mantis, o el trasunto
de Koki. El animal ‘mecánico’, compuesto
por piezas, que puede seguirte con la mirada porque es capaz
de girar la cabeza. También espectro y devoradora de
‘hombres’.
64. Dibujo aborigen australiano de un escorpión sobre
corteza de árbol. Siglo XX. Por desgracia el tipo de
materiales utilizados en el arte de África y Oceanía
impiden acceder fácilmente a diseños antiguos
(de Saunders, 1996).
65a. Geoglifo nazca, sur de Perú. La longitud de la
imagen, sólo visible desde el cielo, es superior a
50 m. 65b. Esquema de una típica araña nazca.
Su significado es desconocido, aunque probablemente esté
relacionado con la astronomía.
66. Insecto en cobre mochica. La cultura Mochica se desarrolló
en el Oeste de Suramérica, durante el periodo 100-800
d.C.
67a-b. Dos diseños de mariposas nocturnas en el arte
inca (de Vargas-Musquipa, 1995).
68a-b. Otros insectos incas. 68a. Mosquito picador. 68b. Posiblemente
un plecóptero. La imagen aparece junto a libélulas
(de Vargas-Musquipa, 1995).
69. Libélula y larva acuática (náyade)
a sus pies. Un buen ejemplo del grado de conocimiento del
pueblo inca sobre la biología de algunos insectos (de
Vargas-Musquipa, 1995).
70. Mosquito en posición de succión. Probablemente
se trata de un Anopheles (de Vargas-Musquipa, 1995).
71. Una representación de las actividades de captura
de insectos, o de lucha contra las plagas, en la agricultura
mochica (Norte del Perú) (Ilustración de Julia
Amaya de Guerra, reproducida en Vargas-Musquipa, 1995).
72. Imagen de Ix-Chel, diosa Maya del parto cuya placenta
se representa como una tela de araña, de cuyo centro
surge el cordón umbilical, o hilo, que une al hombre
con el resto del universo. Lógicamente, Ix-Chel, es
también la diosa de las tejedoras, así como
de la caza y la guerra.
73. El demonio Mictlantecuthtli, uno de los tres animales
vinculados al Señor de los Muertor y cuyo símbolo
era la araña (de Taube, 1996).
74. Araña maya tallada en altar de piedra del periodo
postclásico, Méjico (de Heyden & Baus Czitrom,
1991).
75. Cultura Maya. Bailarín masculino con cola de escorpión.
Levanta en su mano el símbolo de la media estrella,
que era conocido como ‘estrella avispa’.
76. Detalle del códice Borbónico en el que aparece
un escorpión junto a una tumba. ¿Un guardian
como el egipcio Selket? (de Soler, 1991).
77a-b. Escorpiones procedentes de códices mayas según
Tozzer & Allen (1910).
78a-b. Dos crustáceos representados en códices
mayas: 74a. Langosta. 74b. Cangrejo marino (de Tozzer &
Allen,1910).
79. Representación maya del mosquito, animal aliado
de los héroes gemelos Hunalhpú y Xbalanqué.
El mosquito procede de un pelo arrancado de la pierna del
primero y es enviado al Inframundo a picar a sus señores
(lo que, desde luego, consigue) (de Taube, 1996).
80. Una de las representaciones de la abeja en el códice
maya Tro-Cortesiano (de Tozzer & Allen,1910).
81. Araña, según el códice Tro-Cortesiano
(de Soler, 1991).
82. Ciempiés mayas. En algunos casos el animal parece
surgir de la cabeza de algunas figuras (el dios D, probablemente
Itzam Ná), colgando frente a la cara de éste.
Existen varias teorías respecto al significado de este
símbolo (de Tozzer & Allen,1910).
83. Detalle de una vasija maya en la que aparece un escorpión
y, fuera de imagen, una serpiente. Ambos animales se relacionan
con la lluvia, el viento y las tormentas, tres elemento de
destrucción y muerte (de Saunders, 1996).
84. Tecomate con ciempiés. Periodo clásico maya,
Veracruz (de Heyden & Baus Czitrom, 1991).
85. Pulga tallada en roca volcánica, del periodo Postclásico
maya. En el mundo prehispánico fue considerado un animal
hermoso merecedor de varias esculturas (de Heyden & Baus
Czitrom, 1991).
86. Un chapulín o saltamontes tallado en carneolita,
Méjico. Los chapulines fueron una plaga padecida por
los Aztecas, pero también un componente habitual de
su dieta (de Ciudad Ruíz, 2000).
87. Pectoral en forma de mariposa de guerrero atlante tolteca.
88. Fragmento de un mural de Tecpantitla en Teotihuacán,
Méjico, con una antigüedad de unos 1.500 años,
en el que cuatro figuras cantan al tiempo que tratan de capturar
a una mariposa Papilio multicaudatus (símbolo de la
diosa Xochiquétzal) y representación del alma
de guerreros muertos en combate y de parturientas fallecidas
durante el parto (de Beutelspacher, 1988). Probablemente la
escena representa el cielo de Tlalocán, dios de la
lluvia.
89. Dios-mariposa como motivo decorativo de un plato procedente
de Oaxaca, Méjico (de Beutelspacher, 1988).
90. Nariguera de oro en forma de mariposa. Teotitlán,
Oaxaca, Méjico (de Heyden & Baus Czitrom, 1991).
91. Xochiquétzal (Papilio multicaudatus), petroglifo
de Xochimilco D.F., Méjico. La maripoda mide cerca
de un metro (de Beutelspacher, 1988).
92. Itzpapálotl (Rothschildia orizaba), lápida
de Teotenango, Méjico, mariposa con cabeza y garras
de ‘zopilote real’ (buitre) (de Beutelspacher,
1988).
93. Cuatro representaciones de mariposas mayas (de Beutelspacher,
1988).
94a-b. Dos conchas grabadas con el símbolo de Madre-Araña.
94a. Concha amuleto de un tribu del Misisipí, en IIlinois,
EE UU, de unos 1000 años de antigüedad (de Saunders,
1996). 94b. Gorjales de la cultura del Sureste (Cheroquee),
hacia 1.450 d. C. (de Carden, 1995).
95. Portada de la edición española de ‘Cuentos
de la Mujer Araña. Leyendas de los indios hopis’
de G. M. Mullett (1919), con una representación de
Mujer Araña.
96. Petroglifo en el que figura una tela orbicular de araña,
Utah, hacia el 1.100 d. C. (de Patterson-Rudolph, 1997).
97. Diseño de una araña, tribus del S.O. de
Norteamérica, hacia el 1.000 d. C. (de Johnson, 1994).
98. Diseño de un escorpión de las tribus de
nativos norteamericanos (S.O., hacia 1.000 d. C.) (de Johnson,
1994).
99. Roca Araña, en el Cañón de Chelly,
Arizona, EE. UU. En el pico más alto vive Mujer Araña
(de Tobert & Pitt, 1995).
100. Apicultura medieval inglesa. Ilustración del bestiario
de Ashmole (s. XIII).
101. Ilustración de Grandville procedente de Scènes
de la vie privée et publique des animaux (París,
1841-1842), obra satítica de intencionalidad política.
102. Detalle del cuadro ‘La araña sonriente’
(1881) de Odilon Redon (1840-1916).
103a-b. Verjas modernistas en las que Dalí veía
semejanzas con el ‘ángelus’ y... la mantis
religiosa (de Sánchez-Vidal, 1993).
104. La mantis en la posición del ‘espectro’.
Dibujo de Max Ernst.
105. Coleópteros utilizados como motivos decorativos
según una revista de decoración (años
70).
106. Escena de ‘Susana’, de Luis Buñuel.
El galán –ingeniero agrónomo y entomólogo–
muestra una de sus capturas (una langosta). El cine de Buñuel
presenta con frecuencia alusiones a los insectos que vienen
a representar el comportamiento instintivo (o ‘automático’).
107. Escena de la película ‘Un perro andaluz’
en la que una joven lucha contra los instintos básicos
–fundamentalmente sexuales– representados por
una mano crispada, ansiosa y... llena de hormigas (o deseo).
108. Motivos artrópodos en joyas modernas (de Hillyard,
1994).
109. Los insectos como propaganda. En 1830 se establecieron
planes de inmigración asistida para incrementar el
número de colonos libres en Australia (existía
un enorme desequilibrio entre el número de hombres
y mujeres). La alegoría (1832) muestra un enjambre
de mujeres-mariposas atravesando el océano (son expulsadas
a escobazos y recibidas por hombres con cazamariposas) (de
Nice & Clerk, 1996).
110a-b. Los tatuajes de arácnidos siempre han sido
muy apreciados. 110a. El escorpión... ¿símbolo
bélico, como en los escudos de soldados egipcios o
griegos? 110b. La araña, o el morbo de lo peligroso.
111. La tarantela, canción a la que se le atribuyó
poderes curativos frente al envenenamiento por mordedura de
la tarántula. El baile permitía expulsar el
veneno a través de la sudoración. Sin embargo,
el veneno de la tarántula es relativamente inocuo.
112. Portada de la edición de bolsillo de ‘El
Señor de las moscas’, de William Golding (Alianza
editorial, 5ª ed., 1983). En la portada, junto al título,
hay otra referencia a los artrópodos: una mariposa.
¿El bien y el mal? O simplemente, una vuelta a los
instintos atávicos. Por cierto que Golding escribió
otra novela breve... ‘El dios escorpión’
(1956, con versión española en Alianza ed.,
1973)
113. Broche que representa a la mujera-mariposa, de 1900 (Art
Noveau). La mujer pintarrajeada durante la Bellé époque,
sinónimo de frivolidad sexual (de Grossato, 2000).
114. Fósil ámbar del Báltico convertido
en medallón. En un interior hay mariposas y tres tipos
de moscas.
115. Detalle del cuadro ‘Jarrón con flores’
de Jacob van Walscapelle (hacia 1670). La flor central, blanca,
presenta varios insectos sobre sí (y un pequeño
ciempiés, bajo la mosca). El conjunto resulta una alegoría
en la que se ilustra la naturaleza temporal de los placeres
y la belleza. La mosca –y los otros artrópodos–
sobre la flor más destacada es un símbolo de
la fragilidad de la vida y de la inexorable decadencia.
116. Los artrópodos se vuelven feroces enemigos, como
el cangrejo.
117. También la abeja, especialmente cuando forma enjambres,
es un peligro.
118. A pesar de su tamaño, el mosquito causa auténtico
pavor entre los personajes. El mosquito, a consecuencia de
su molesta picadura y su ubicuidad, parece ser el artrópodo
más peligroso.
119. Si en un cómix aparece un escorpión, el
desenlace es totalmente inevitable.
120. La mariposa –siempre diurna y psicodélica
en sus diseños– es el único artrópodo
amigable, símbolo de la primavera....
121. ...y el amor (¿o el sexo?).
122. La cucaracha, apenas citada en 5.000 años de mitología,
simbología y arte, ha desbancado a todos los artrópodos
en los últimos tiempos y se ha convertido en un icono
del asco y la repulsión. Por cierto que en la viñeta
aparece un escarabajo y no una cucaracha.
123. La mosca todavía resulta un buen símbolo
de la muerte.
124. Pero especialmente, es un síntoma de la suciedad
y el abandono.
125. La araña, con frecuencia, tiene un papel cómico
en los tebeos, además de servir de elemento decorativo
para llenar los rincones que forman las viñetas cerradas...
como en las construcciones humanas.
126. La araña –y su tela– representan igualmente
la suciedad, la ruina y lugares lúgubres, potencialmente
peligrosos como sótanos, cuevas...
127. Pero si la araña baja de los cielos –o sus
rincones– al territorio humano –el suelo, la tierra–
está condenada a ser aplastada.
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